Albert Rivera ha escenificado el primer acto de su sí a Mariano Rajoy. Y quién sabe si también su rendición. Lo ha disfrazado, muy bien por cierto, con seis condiciones que, a priori, más de uno puede pensar que el presidente en funciones no puede aceptar. Pero todo parece formar parte de una coartada dirigida a blanquear un cambio de postura. Tanto el aspirante a continuar en la Moncloa como el líder de Ciudadanos son de los que piensan que los principios irrenunciables están para saltárselos “por el bien de España”, que es la frase que siempre sale a floten cuando alguien va a hacer lo contrario de lo que ha venido predicando.
Rivera ha llegado hasta la orilla y lo más probable es que se ahogue en ella. Una primera lectura de las seis condiciones que pide para sentarse en una negociación, que finalizaría sí o sí con el apoyo a Rajoy, puede llevarnos al equívoco de pensar que son mucho más exigentes de lo que realmente son. La comisión de investigación parlamentaria por el caso Bárcenas, por ejemplo, que podría poner los pelos de punta al partido conservador, no deja de ser un brindis al sol toda vez que la aritmética parlamentaria actual permitiría a Ciudadanos, PSOE y Podemos sacarla adelante al margen del grupo mayoritario. Además, si me apuran, hasta le hace un favor Rivera a Rajoy el cerrarle, con esta exigencia que el PP aceptará, la puerta a que lo pidan podemitas o socialistas.
Más de lo mismo con el resto de las condiciones. El PP ya sabe que tendrá que sacrificar a sus corruptos con cargo, acabar con los aforados y con los indultos para políticos corruptos y negociar una nueva ley electoral. El único escollo, el único, es que Rajoy acepte -que aceptará para seguir cuatro años más- el límite de mandatos. Le vamos a dar todo lo que pida, había dicho literalmente el popular Maroto poco antes de que Rivera lanzara sus seis mandamientos. Todo teatro. Todo paripé. Todo biscotto. La obra ya estaba escrita.
El líder de Ciudadanos ha hecho el triple salto mortal apoyado en su verbo brillante y poderoso y en la rotundidad de un mensaje… que al final ha resultado ser mucho menos contundente de lo que parecía. Ha olvidado rápidamente todas las diatribas que durante meses ha lanzado contra Rajoy y su entorno, por su protección y amparo de la corrupción, y escudándose en un sentido utilitarista de la política ha echado por tierra una imagen que al final parece desintegrarse bajo el poderoso influjo del dirigente al que el propio Rivera había prometido aniquilar.
Al final, Albert Rivera ha demostrado ser un político como muchos otros.