Las sociedades se etiquetan en función de la tecnología que utilizan. Durante tiempo utilizamos el sistema de las tres edades (piedra, bronce y hierro), para estudiar la evolución del hombre, aunque hoy tendamos a considerar esa clasificación como simplista y con una visión excesivamente centrada en el continente europeo. En cada una de esas edades, el reto era adaptarse a su nueva tecnología.
La tecnología actual se caracteriza por un acceso sencillo e inmediato a la información. Durante siglos, ante la escasez de información, triunfaban quienes eran capaces de retener en su memoria cuanta más información mejor, porque la alternativa de ir a buscarla cuando se necesitaba no era operativa. La educación se convirtió en una exaltación de la función memorística: “saber mucho” suponía ser capaz de retener mucha información.
Con el tiempo, esto ha evolucionado en la sociedad que vivimos hoy: millones de personas ocupan determinados puestos porque, en un momento dado, fueron capaces de memorizar y repetir delante de un tribunal o escribir en un examen una cantidad determinada de información. La exaltación de la memoria sigue plenamente vigente: los puestos a los que se accede por oposición se consiguen en función de que una persona consiga disciplinar su memoria, en algunos casos al coste de casi desconectarse del mundo durante meses o años. ¿Realmente es esa una variable que debamos seguir exaltando? ¿De verdad está un juez, un notario, un registrador o un economista del Estado, por poner algunos ejemplos, bien cualificado para desempeñar su trabajo por haber llevado a cabo un ímprobo esfuerzo memorístico?
El reto educativo de nuestros días consiste en desmitificar la memoria. La cultura del examen o de la oposición como supuesta prueba absoluta del saber, la idea de que debemos enfrentarnos a la educación como reto memorístico, cuando la realidad es que nuestra competencia no dependerá de nuestra memoria, sino de nuestra habilidad para localizar y procesar la información relevante en cada momento. Programar será fundamental, pero no en materias tecnológicas, sino en todas. En cambio, lo que sea más conveniente memorizar, lo terminaremos memorizando simplemente con el uso.
¿Cómo rehacer todo un sistema educativo para desarrollar nuevas habilidades y desechar las antiguas? Las iniciativas que veo, en general, buscan incorporar necesarios cambios metodológicos, pero no se enfocan al descomunal reto que supone algo así, que precisa no solo de nuevos procedimientos para enseñar, sino también para evaluar el desempeño y medir el aprendizaje. Redefinir completamente el examen, la titulación, la habilitación para ejercer una responsabilidad determinada. Redefinir la educación. Ese, y no otro, es el verdadero reto.