La aritmética poselectoral no funcionó en diciembre del año pasado y no se pudo formar Gobierno. Tampoco lo hizo en junio, y seguimos igual, inmersos en un tedio gubernamental que amenaza con cronificarse.
Ahora, nuevamente, mucho más que la flexibilidad de unos y de otros, mucho más que la habilidad política de éstos o de aquellos, será solo la aritmética de las elecciones gallegas y vascas la que pueda poner fin a este despropósito nacional. O, con mala suerte, puede que, lejos de resolver la situación, la agrave.
Porque quién sabe qué pasará en los comicios de estas dos comunidades el próximo día 25. Las encuestas auguran que en Galicia ganará el PP, aunque no está claro si lo hará con el respaldo suficiente para no necesitar a nadie. Y que en Euskadi el PNV será el partido más votado, aunque lejos de la mayoría absoluta. De todos modos, ¿quién cree en las encuestas?
Incluso las del mismo día de la votación el pasado 26-J, a pie de urna, anticipaban una realidad completamente equivocada: la frutería andorrana tenía, en realidad, precios decididamente erróneos, y material claramente caducado.
Ahora, tantos meses después, continuamos bloqueados por unos y otros, por todos en realidad, y esto no parece que vaya a terminar pronto.
Sí aumenta, al parecer, el apoyo al secretario general socialista en su cruzada del “no” a Rajoy entre los simpatizantes del PSOE, o eso asegura estos días Metroscopia. Lo que crece también, y exponencialmente, lo mida o no esta agencia especialista en tendencias políticas, sociales y de opinión, es el “no” general de los ciudadanos a todos nuestros políticos.
Felipe González ya dijo, y no le faltan argumentos, que los cuatro cabezas de cartel de los grandes partidos deberían abandonar sus respectivas responsabilidades si llegan a celebrarse unas terceras elecciones. Habría que ver si habría sostenido la misma idea si fuera él uno de los cuatro, claro; pero es cierto que sus observaciones no se hallan, en absoluto, exentos de sentido.
Rajoy y Sánchez, Iglesias y Rivera, con su manifiesta incapacidad para llegar a acuerdos, con sus propósitos perturbados por sus objetivos puramente personales, con sus reproches constantes y su inmovilidad contagiosa, adulteran el funcionamiento ordinario de nuestras instituciones, al tiempo que provocan juiciosas dudas al respecto de la idoneidad de al menos una parte de nuestro sistema político, tan susceptible de ser bloqueado si los ciudadanos deciden hacer algo tan sano como diversificar el sentido de su voto.
Puede ser saludable, y también higiénico, preferir la multiplicidad política, sí, pero eso a nuestros líderes no les gusta. No extraña que, si se convocaran ahora elecciones generales, la participación sería la más baja que se ha dado nunca en cuatro décadas de democracia. Nuestros gobernantes nos arrastran por una senda que conduce a la desafección y la desidia hacia quienes, ahora solo potencialmente, nos gobiernan.
El Estado se debilita y, como dice Rajoy, que en eso acierta, el bloqueo no será gratuito: acabarán pagándolo todos los españoles. Es una verdadera lástima que la aritmética no haya convenido a nadie más que para forzar empates a cero. A cero en todo.