Ada Colau ha tenido una idea y con eso ya podría dar por acabada la columna pero creo que voy a tener que explicarme para los lectores que no conozcan bien al personaje. La idea de la alcaldesa de Barcelona se llama supermanzana y consiste en el cierre al tráfico de un área de nueve manzanas convencionales. Efectivamente: Ada Colau ha inventado la calle peatonal. Loado sea el Señor.
Si buscan la definición de supermanzana en Google se toparán con ornitorrincos como este:
“La supermanzana es una nueva célula urbana que aporta soluciones a las principales disfunciones ligadas a la movilidad”.
Aquí deben saber ustedes que cada vez que un urbanista barcelonés dice aportar una solución a un problema lo que está diciendo en realidad es que ha encontrado un problema para una solución. Pero no un problema cualquiera, sino uno sostenible. Uno de esos que son capaces de enquistarse durante décadas e incomodar a miles de vecinos sin mayor gasto de energía por parte del funcionario implementador que el necesario para firmar el certificado de defunción del barrio afectado.
Que se lo pregunten a los vecinos del barrio del Poblenou, los flamantes ganadores del sorteo a dedo con el que se escogió a los conejillos de indias que disfrutarían de la primera supermanzana de Barcelona. Parece ser que el más feliz con el engendro anda pensando en refundar la Baader-Meinhof.
Lo interesante del asunto, intervencionismos megalómanos aparte, es el método escogido por Colau para averiguar qué hacer con los cuatro cruces que ha dejado desérticos el cierre de la supermanzana de 8000 m2: preguntarle a los estudiantes de arquitectura catalanes.
¿Quién les iba a decir a esos estudiantes que con la matrícula de la carrera de arquitectura les iban a regalar la responsabilidad de decidir sobre la vida de los vecinos, comerciantes y visitantes de un barrio entero de Barcelona?
El tema es que esos alumnos de arquitectura, en vez de responder lo único sensato que podría responder un alumno de arquitectura, es decir…
“Gracias por el ofrecimiento pero no creo, señora alcaldesa, que un estudiante de arquitectura sea la persona adecuada para decidir cómo se ha de organizar un área de nueve manzanas de una ciudad como Barcelona. En otro orden de cosas, no soy nadie para decirle a los vecinos cómo han de organizar su barrio, y mucho menos para hacer el trabajo por el que cobran los arquitectos y urbanistas a sueldo del Ayuntamiento”.
… Se han puesto manos a la obra y han decidido que esos cuatro espacios liberados debían dedicarse a ocio, participación, intercambio y cultura. ¡Qué grandes nombres para las cuatro carpas de un festival veraniego de reggae! Pero, ¿qué esperaba Colau de un puñado de estudiantes de arquitectura? ¿Un nuevo Montreal?
Así que ahí tienen, en el barrio de Poblenou de Barcelona, el germen de esa idea estalinista de lo que debe ser el superbarcelonés de la supermanzana: un tipo concienciado y liberado (de sí mismo) que no trabaja ni duerme ni tiene vida propia pero que divide su tiempo al 25% entre ocio (¿de qué tipo?), participación (¿en qué?), intercambio (¿de qué a cambio de qué?) y cultura (acabáramos).
Cuenta la prensa local que los estudiantes de arquitectura improvisaron pistas deportivas delimitadas por neumáticos en uno de los cruces de la supermanzana. “Tendríamos que ir a los chinos y comprar un cubo, una pala, algún juguete” decían. Y no compraron los juguetes pero acabaron construyendo un castillo de arena. Mariano Mesalles, coordinador de los estudiantes, remató la faena a los vecinos con esta paternalista reflexión: “nuestras propuestas deben iluminar a los vecinos”. Iluminados los quiere el señor.
El superbarcelonés del futuro construye castillos de arena que iluminan. No me digan que no les entran ganas de mudarse a Barcelona.