Del mismo modo que una cuerda convierte una higuera en un patíbulo, las redes sociales pueden hacer de un chisme una condena sin remisión.
Lo vimos hace una semana en Italia, donde Tiziana Cantone, de 31 años, acabó con su vida y con su pena con ayuda de una viga después de que un vídeo íntimo publicado por su exnovio se convirtiera en capricho de la chusma.
La chica decía al hombrón que la acompañaba “¿Estás filmando? ¡Bravo!”, sin imaginar, claro, que aquella frase espontánea al calor de la confianza se convertiría en la brea de sus inquisidores y en un lema codiciado por el merchandising de la vulgaridad: ¿Estás filmando? en funditas para móvil, ¿Estas filmando? como excusa para memes, y ¿Estas filmando? en las bromas del afterwork.
Tiziana cambió de ciudad y quiso cambiar de nombre antes de reposar, en una caja, sobre los hombros de su gente, mientras su madre, a lágrima viva, aseguraba que su hija era “buena chica”. Es fácil desear al tipejo que la traicionó una lenta cocción de insomnio y remordimientos, o que su cara de Judas, qué sé yo, encarte las advertencias sobre el cáncer en las cajetillas de tabaco. Pero resulta complicado extender la depuración y purga de responsabilidades al millón de italianos que vieron y compartieron el puto vídeo, todos culpables.
El asunto de las redes al servicio de la banalidad del mal, mucho peor, al servicio de la dulcificación de la maldad en razón de un obtuso sentido del humor o de una perversa curiosidad, ha vuelto a aupar al cadalso del trending topic a otra muchacha.
Emma Alicia P.A., una veinteañera a la que fotografiaron besándose con un desconocido en su despedida de soltera, ha hecho las delicias del mal gusto con pretensiones de moralidad pública en México. El hashtag #LadyCoralina, en alusión al local en el que fue cazada, o su versión carrilera #LadyCuernos, para multiplicar el escarnio, concentraba aún este viernes los salivazos y montajes más abyectos a cuenta de tan chistoso episodio. Ya hay hasta un corrido y un vídeo.
La familia de la niña ha emitido un comunicado pidiendo por favor que dejen a la chica en paz, que nadie haga más saña, mientras en la pira de las redes, catequistas de mesa camilla, cuñaos de todo pelaje y mujeres -muchas mujeres- seguían ayer mismo impartiendo absoluciones y abominaciones como leños: “Las encuentran en un antro y luego las quieren hacer madres”, escribía una; “Hay más culos que estrellas, muchacho”, reconvenía un fulano al novio.
Nos acordamos de las redes como una forma incorpórea de garrote en los reportajes sobre el acoso escolar, pero participamos y multiplicamos el mal cuando ponemos en almoneda los límites de nuestra dignidad por ver esa broma, ese vídeo, esa foto de la que todo el mundo habla. La plaza pública sigue apestando a las cabezas rodantes de los guillotinados: antes hacíamos tricotaje disfrutando las ejecuciones, ahora tecleamos en el móvil.