Abres el mail para ver si ha llegado alguna novedad, pero nada. Cuatro o cinco promociones y algo raro que tiras a la basura por miedo a que sea un virus. En ese momento giras la vista al móvil, si miras fijamente la pantalla como un faquir tal vez se encienda. No, nada. Negra zaína. Oscura como la noche.
Quieres tomarte un café y nadie responde. Miras la hora. Están trabajando, piensas. Qué vamos a hacer. La nevera se convierte en tu amiga, la abres, la contemplas como un cirujano frente a la gravedad y eliges operar un zumo. Así te entretienes. Con el vaso te sientas en el sofá en el que tu perra duerme, la acaricias y se revuelve para seguir durmiendo como una osa. Ni ella, piensas. ¿Qué pasa hoy?
Desde la ventana se ve un Madrid gris y luminoso a la vez, es el otoño este raro que se ha instalado en el que sigue el calor como un suplemento de verano. La radio escupe los mismos temas, pones inmediatamente una lista de Spotify y hojeas las revistas viejas de viajes. Todo por no ponerme a escribir la novela que tengo entre manos y procrastinar oficialmente a lo Escarlata O'Hara. Ella, la maestra del “ya lo pensaré mañana” es la que dirige nuestras vidas en muchas ocasiones como un tahúr del tiempo. “Eres un perezoso”, dice tu voz interior.
La pereza no es mala, es gatuna. Pero se la juzga mucho. Tiene un batallón de críticos que le reprochan y la fiscalizan continuamente. Pobre pereza. Tiene, para triunfar, una ventaja sobre las demás pasiones, y es que no exige nada. Lo decía Balmes con toda la razón. Aburrirse es otra cosa, aburrirse es hacer ganchillo con la muerte, una pérdida de tiempo.
La pereza, sin embargo, es otra actitud ante algunos problemas de la vida, una postura más juguetona, más remolona, y por eso estamos a favor de ella todos los que hacemos este artículo, a saber: mi perra durmiente y yo.
Pereza es coger impulso desde el sillón. Ese ratito de sofá, esa cabezadita de sobremesa, esos brazos caídos, la cabeza tuerta en la almohada y ese café que se alarga. Bien, pues en todos esos momentos (y lo digo convencido) nacen estrellas como el big bang. Marcel Proust se escribió una novela mientras mojaba una magdalena. Y el británico Newton se relajaba bajo el manzano mientras llegaba a su cabeza el eureka que explicaba la gravedad. Y si fantaseo con las perezas ajenas, pongamos que Steven Spilberg se inventase a Tiburón tumbadito en la playa, tomando el sol. No juzguemos, lo mismo no es mala la pereza y estamos cogiendo impulso. Aflojando nervios, aliviando dolores, relajando tensiones.
El descanso de la mente ante algunos problemas es como vaciar los armarios de trastos que no sirven. La pereza alivia, reconforta y te prepara. Escarlata se pasea por el campo ante los problemas, coge aire, respira, se permite procrastinar y olvidarse de las prisas. Por eso, como ella, ya lo pensaré mañana.