La renuncia de Rajoy a poner condiciones a la abstención de los socialistas no es un gesto de señorío ni tampoco de altura de miras al anteponer los intereses de España a los suyos propios o a los de su partido. De hecho, tal y como hoy desvelamos en EL ESPAÑOL, con la dimisión de Pedro Sánchez y el agravamiento de la crisis del PSOE se alzaron voces en el PP a favor de ir a nuevas elecciones para sacar tajada de la situación. Entre quienes así se pronunciaron estaban, entre otros, los ministros Margallo y Jorge Fernández Díaz, como también Pedro Arriola, el asesor electoral del presidente del PP.
Sin embargo, el análisis precipitado de quienes se frotaban las manos con la idea de volver a las urnas no contemplaba un obstáculo. Y es que la cantada abstención de los socialistas llevaría a Felipe VI a volver a proponer a Rajoy como candidato tras su ronda de consultas. Eso obligaría al líder del PP a negar por segunda vez al monarca. Rajoy vio claro que no podía hacer otra espantada como la del 26-J, una imagen que le dejaría en evidencia ante toda España después de haber repetido hasta la saciedad la urgencia de constituir un gobierno.
Ahora bien, el poco entusiasmo con el que Rajoy puede acabar llegando a la Moncloa y las dificultades de estar en minoría en el Congreso -como ya ha tenido tiempo de comprobar en el poco tiempo transcurrido desde la constitución de la Cámara- abonan la tesis de que estamos abocados a una legislatura corta. Veremos, llegado el momento, lo que aguanta Rajoy, acostumbrado a la mayoría absoluta dentro y fuera de su partido. Pero sería un fraude a los ciudadanos que constituyera un gobierno por no quedar mal ante la opinión pública y con la idea encubierta de sacar de nuevo las urnas a las primeras de cambio.