A veces me pregunto qué sería de los columnistas, en qué siniestro y pestilente estercolero del periodismo acabaríamos retozando, si no fuera por la inestimable ayuda de los ayuntamientos del cambio. Los de la nueva izquierda, la pachamama y el gestito.
Ayer tuve donde escoger. Por un lado (opción uno) el Ayuntamiento de Barcelona me invitó por carta a delatar a aquellos de mis vecinos que hayan cometido el crimen de ganarse la vida alquilando su piso a turistas. Por el otro (opción dos) el Ayuntamiento de Madrid colgó una bandera indígena de un balcón random para conmemorar el 12 de octubre. Después de un fogoso debate conmigo mismo, opté por la opción 2.
Primera sospecha. ¿Desde cuándo los indígenas de la América precolombina tenían banderas? Investigo un rato (tampoco se vayan a creer que mucho) y alehop. Las banderas como emblemas de comunidades sociales o políticas amplias fueron llevadas a América por los conquistadores europeos. De hecho, la etimología de la palabra bandera es germana (bind). En definitiva: las banderas indígenas son europeas. La primera en la frente.
Segunda sospecha. Esa bandera tan colorida, tan alegre, tan positiva, tan en línea con las características y la estética que en Occidente asociamos con el colorido, la alegría y el positivismo, ¿no será un invento moderno? Bingo de nuevo. La supuesta bandera aimara, la whipala, la de los cuadros de colores, fue inventada en 1945, durante el Primer Congreso Indigenista Boliviano.
Yo les explico la historia.
En ese congreso, el especialista Hugo Lanza Ordóñez lanzó la peregrina teoría de que la palabra aimara whipala, que procede de las palabras whipai (una expresión de júbilo) y lapks-lapks (la onomatopeya del viento), significa triunfo ventoso. Y de triunfo ventoso a bandera sólo hay un paso. Un paso beodo, pero paso al fin y al cabo. Y de acuerdo a la tesis del señor Lanza, si los aimara tenían una palabra para bandera debía de ser porque tenían banderas. El público aplaudió enfervorizado tamaña muestra de genio.
Problema: no existe prueba documental alguna de que los aimara tuvieran nada parecido a una bandera. Solución: inventarse una a toda prisa. Primera propuesta: utilizar un trapo blanco. La idea fue desechada por aburrida. Segunda propuesta: vayamos a una imprenta y decidámoslo allí (en 1945 los diseñadores gráficos eran los mismos operarios que le daban a la manivela de las imprentas).
En eso que llegan el señor Lanza y otro erudito del indigenismo a la imprenta y se ponen a discutir por los colores que mejor simbolizan la bondad intrínseca de la genética aimara. Y como no se ponen de acuerdo, el impresor les propone utilizar un logo parecido al que él mismo había diseñado hacía sólo unas semanas para la champancola, una bebida gaseosa que se elaboraba en la ciudad de La Paz. Misteriosamente, Lanza y el otro erudito aceptan.
Así que el trapo de colores que ayer colgaba de la Junta de Distrito Centro era una bandera de origen europeo que imita el logo de una bebida gaseosa producida por, atentos, unos emprendedores italianos emigrados a La Paz, los señores Salvietti y Bruzzone. Más europeo invasor que eso, ni el mismísimo Hernán Cortés degollando indígenas con las muelas.
Lo que les digo. Si la nueva izquierda no existiera los columnistas tendríamos que inventárnosla.