Desconozco si Pedro Sánchez ya ha tomado conciencia a estas alturas del efecto perverso de sus desahogos con Jordi Évole. La explicación del senador de Podemos Ramón Espinar para justificar por qué puso a la venta una vivienda pública protegida cinco minutos después de escriturarla -arte que le valió veinte mil euritos más en su cuenta en un visto y no visto- es que todo es un montaje y que es víctima de persecución política.
Sánchez ha vacunado para una buena temporada a Pablo Iglesias y a sus muchachos. Aun cuando les pillen empuñando la pistola humeante (como en el caso que nos ocupa) van a cargarle el muerto al pobre Juan Luis Cebrián. ¡Pero si ya no le cabe ni uno más en el armario!
Hubo dos momentos conmovedores en la comparecencia en la que Espinar trató de explicar por qué, como tuiteaba hace unos meses, "el objetivo de la vivienda pública no es venderla", salvo que sea la tuya. El primero, cuando reconoció que los sesenta mil euros adelantados para la adquisición del piso se los habían dejado su madre, su padre y su abuela, por este orden.
Dejando a un lado el misterio de por qué, tras ese desembolso inicial, la familia no ayudó al muchacho a pagar los quinientos eurillos al mes de la hipoteca para que pudiera al menos estrenar la casa, el recurso a los papis convierte a Espinar en un joven más de su edad, nada subversivo, ni siquiera emancipado, por lo que seguramente ha arruinado definitivamente su reputación en el mundillo progre.
El segundo jailai (véase highlight), como dicen los especuladores urbanísticos, fue su momento aflicción: "Esto duele, esto hace daño". Y se le vio ciertamente compungido. No por cierto como cuando Rufián llamó "PSOE Iscariote" a los socialistas entre el regocijo de sus camaradas. No cuando la turba lanzó insultos y botes a los diputados de Ciudadanos a las puertas del Congreso. Qué pronto hay que indignarse con los indignados.
Lo que más me turba es asistir a esta revolución, a esta enmienda a la totalidad del sistema, acaudillada por profes y tíos que dependen de papá.