Detrás del gran hombre Rajoy hay una pequeña mujer que es todavía más grande: Soraya Sáenz de Santamaría, de nombre tan kilométrico como su poder. Ha sido la gasolina súper del Gobierno y lo va a seguir siendo, incluso incrementada: gasolina súper, Superwoman, hormiga atómica... La partícula aceleradora del poder español.
Aunque con esto de los tamaños impera la ley de la relatividad. Por un lado, todo correcto: cuando los ministros se inclinaban ante el Rey en la jura de sus cargos en Zarzuela, la desproporción con el monarca hacía que aquello pareciera un bajorrelieve asirio. Los inferiores de Asurbanipal representados muy bajitos al rendirle pleitesía. Pero luego, en la foto de conjunto, se veía que la más bajita de todos (y todas) era la que mandaba: el ojo de la mente la percibía como una giganta. El poder eleva a Soraya, como elevaba a Napoleón.
Soraya Bonaparte se ha llevado la mejor parte del pastel gubernamental, que casi controla entero. Los analistas hablan de su pugna con María Dolores de Cospedal, y la entrada de esta en el Gobierno puede considerarse como el triunfo definitivo de Soraya sobre ella: la vicepresidenta le ha otorgado una butaca en el Consejo de Ministros para que asista desde primera fila al espectáculo de su mando.
Lo del CNI es la medalla de Soraya. El presidente se lo quitó a Defensa y se lo dio a Vicepresidencia en su día. Y ahora el ministerio que le cae al fin a Cospedal es justo aquel cuya joyita la tiene su enemiga del alma. Ni Maquiavelo ni Fu Manchú juntos hubieran sabido diseñar nada equiparable. No se descarta que un día Cospedal, mosqueada, meta un tanque en el Gabinete. Aunque seguramente ese día Soraya la esté esperando con diez.
Pero, como buena Napoleona, tiene un Waterloo (posible) en lontananza. En tanto nueva ministra de Administraciones Territoriales, deberá ocuparse del problema de Cataluña; es decir, del problema del nacionalismo catalán y el lío en que se ha embarcado y nos ha embarcado. A estas alturas, los nacionalistas más listos querrían también ser sacados del problema: a lo mejor se dejarían ganar por Soraya, con un arreglo. Aunque no parece que los listos sean ya los mayoritarios: la selección adversa del nacionalismo es implacable.
Los nacionalistas catalanes se verían, así, en una paradójica situación de españoles frente a Napoleón: la resistencia del casticismo cuando la Ilustración asoma. Pero más que un Waterloo, puede que le monten a Soraya un Dos de Mayo: igualito al que ocurrió en Madrit.