Hay un baile de Carmenas en Carmena. O mejor, como dice el amigo Todo, “Manuela se desvincula de Carmena”. Mi impresión es que las piezas se le mueven; no las de la cabeza (¡no voy por ahí!), sino las de la personalidad. Como si tuviera una baraja heterónima de Carmenas posibles y fuese haciendo sus jugadas según el día, o el momento. Se impone la sensación de flojera, de presencia desflecada.
Algo que no quedaría mal en el arte o en la jubilación, pero que en un puesto de poder resulta frustrante: donde debiera haber un suelo hay unas arenas movedizas. Su manera de hablar –deshilachada, titubeante, en estado permamente de suspensión– es un buen reflejo de la indefinición general. A todo padre le desagrada tener un hijo “en forma de nebulosa”, decía Josep Pla, cuando él era el hijo. Con la alcaldesa de Madrid tenemos a una abuela en ese formato.
A veces apunta a la altura de miras, con pronunciamientos no sectarios que contrastan con los de su homóloga barcelonesa, cuya bajura de miras no tiene excepciones. Pero con frecuencia tira unos pedruscos ideológicos que dejan temblando a los avisados: una vez más, no por lo que tienen de nuevos, sino por lo que tienen de antiguos (es decir, por su desastre ya contrastado históricamente).
El último ha sido el de la Policía Comunitaria, esos “soviets de barrio” que vendrían a ser unos huertos urbanos de la delación: incrustaciones preconstitucionales en nuestro paisaje democrático. Al enterarme pensé en mi amigo Ernesto Hernández Busto, cubano y barcelonés, que, sin que yo le tuviera que decir nada, escribió en EL ESPAÑOL su advertencia contra estos Comités de Defensa de la Revolución a la madrileña. En Cuba, los llamados segurosos han servido para el espionaje cotidiano en favor del régimen; en Madrid, donde no hay dictadura de momento, servirá para que Carmena siembre cizaña, como la vieja del visillo de José Mota.
La ocurrencia llega cuando el españolito está más soplón e inquisidor que nunca, por lo que a muchos les parecerá friendly. Conectar con esta sensibilidad es lo que se pretende con ponerle al comisario político el nombre de “community manager” del barrio (el cual, por supuesto, impulsará la “gobernanza”). Siempre se ha dicho que no hay mayor motivo para el pesimismo antropológico que asistir a una reunión de la comunidad de vecinos. Ahora rivalizan también las redes sociales, cuando se ponen en modo cañería. Los comités de Carmena prometen ser una combinación gloriosa de las dos.