Cuando escribo esto (las 11:15 del martes) faltan aún unas pocas horas para que los americanos empiecen a votar. Es decir que no tengo ni la más remota idea de quién será el próximo presidente de los EE.UU. Decenas de politólogos coinciden, eso sí, en una idea clave. El resultado de las elecciones estadounidenses será difícil de predecir hasta que se conozca el recuento final. Una vez que se hagan públicos los resultados, las predicciones de los más afamados politólogos de este país coincidirán con una precisión del 100% con el resultado de las elecciones.
Y lo que es aún más mágico. En algún rincón de algún medio de este país alguien habrá publicado en algún momento de los últimos seis meses una encuesta que, palmo más palmo menos, sin ponernos demasiado estrictos ni tiquismiquis ni pejigueros, coincide con dicho resultado. ¿Qué más pruebas quieren de que la politología es una ciencia si no exacta si aojodebuencuberista?
Miren, yo no soy antipolitologista. Algunos de mis mejores amigos son politólogos y si ese hijo que no tengo me dijera algún día que es politólogo yo lo aceptaría con naturalidad porque a mí lo que me importa es su felicidad y no el camino por el que el contrahecho este pretenda llegar a ella. Pero a mí motos no, ¿eh? Lo vuestro es un asalto en toda regla a la pésimamente defendida fortaleza del columnismo (y desde aquí pido perdón a mis hermanos columnistas por la parte alícuota de responsabilidad que me toca: ojalá hubiera derramado una olla de aceite hirviente en la cabeza de nuestros enemigos cuando la plaga aún podía ser controlada).
Aunque por otro lado, lo entiendo. ¿Para qué sirve un politólogo? ¿Quién quiere un politólogo? ¿Existe una carrera más inútil y magufa que la de Ciencias Políticas? Sí, la de Periodismo. ¡Y ese es precisamente el intríngulis de esta columna! Los columnistas llevábamos décadas trabajándonos un nicho de mercado muy específico: el de los crédulos que creen no serlo porque leen diarios.
Y entonces llegasteis vosotros, con vuestros aires de respetabilidad científica a cuestas, vuestras encuestas y vuestros márgenes de error, y adornasteis vuestras especulaciones delirantes con el tocado de plumas del periodismo de datos. Mirad. Yo soy periodista. Y sé cómo se hace el periodismo de datos. ¿Nos entendemos, verdad? Así que a otro pollo con ese pienso caducado.
Resumiendo. Estáis vendiendo el mismo loro desplumado y verborrágico que los columnistas llevamos años vendiendo, pero habéis dado con la tecla de la apariencia de respetabilidad y os lo han comprado en La Sexta y un par de medios más. No sois los únicos. Muchos más como vosotros se han dado cuenta de que nada hay más fácil que venderle mercancía averiada a un viejo carcamal con complejo de viejo carcamal y beneficios decrecientes.
Bien, lo habéis conseguido. Felicidades. Pero en el pecado lleváis la penitencia. Una vez ocupadas las almenas de la fortaleza del columnismo os habéis visto forzados a rebajar las expectativas que vosotros mismos habíais creado sobre vuestra ciencia y, descendiendo, descendiendo, habéis acabado en la misma mazmorra abisal, desinformada y especulativa en la que moramos los columnistas de toda la vida.
Sólo que vosotros sois intensos, y aburridos, y sanos, y correctos, y os faltan los callejones y el colmillo afilado del que sabe, desde el primer día que pisó una redacción, que su negocio es una estafa.
Además, escribís mal.