Torbe caerá bien a mucha gente, es amigo de jugadores del Athletic y habrá quien lo considere un tipo gracioso y atrevido, un emprendedor, un self-made man. Y a partir de sus entrevistas en Antena 3 habrá incluso quien lo vea como víctima de una conspiración.
La operación cosmética de este indescriptible tipo en una de las principales televisiones del país merece un debate sobre los medios y los fines del periodismo y sus afluentes. Principalmente, porque la falta de escrúpulos con la que a veces se solventa la lucha por la audiencia no explica por sí sola cómo es posible que un sujeto investigado por trata de seres humanos haya podido deslegitimar en un plató a sus presuntas víctimas, para colmo testigos protegidas en una investigación policial.
No tengo nada contra la pornografía como tampoco me escandaliza la parte menos amable del periodismo. Pero esto de Torbe y "su verdad sobre los bukkakes" -entre otras perlas- no parece una concesión más a las morbosidades que alimentan la hoguera de lo viral.
No se daban nombres, claro, se aludía a las chicas tal y como aparecen en la instrucción -TP2 y TP3-, lo cual puede servir para preservar su anonimato pero no para distinguir la parte débil de un caso en el que, conocida la actuación del juez y la policía, debería ser fácil discernir ambos hemisferios.
Es asombroso que ninguna de las prevenciones habituales a la hora de presentar una historia que afecta a un procedimiento judicial sobre mujeres vulnerables, algunas frisando la minoría de edad, supuestamente vejadas, haya operado para reprimir la tourné propagandística de Torbe.
Aquí no hay burladero posible. Ni el derecho a la información, ni la presunción de inocencia, ni un retorcido sentido de la equidistancia resisten el repaso de los informes policiales en que se basa la instrucción. Como tampoco el hecho primordial de que el juez haya tardado siete meses en permitir al acusado salir de la cárcel no sin antes imponerle una fianza de 100.000 euros.
Darle plataforma mediática a un criminal en serie o a un etarra sanguinario -valga la redundancia- cuesta discusiones furibundas en las redacciones y obliga a posicionamientos más propios de un concienzudo fiscal que de un mero observador. Aunque no es preciso exagerar.
Sencillamente: si no debemos ser neutrales ante un procesado por delitos de racismo o de homofobia, ¿podemos serlo sin embargo ante Torbe, una vez conocidos los detalles de la instrucción y los Whatsapp en que emplazaba a buscar mujeres en países pobres para su provechosa industria?