Rajoy ha visto frustrada su intención de nombrar a Jorge Fernández Díaz presidente de la Comisión de Exteriores y también de recolocarlo, in extremis, en la presidencia del Tribunal de Cuentas. Finalmente, en un episodio ciertamente ridículo y rocambolesco, ha podido situarlo al frente de la Comisión de peticiones del Congreso, de rango menor, una de las dos únicas comisiones en las que decide el voto del grupo mayoritario.
El veto del Parlamento al exministro del Interior se asienta sobre sólidos argumentos políticos: hace sólo un mes la Cámara reprobó a Jorge Fernández por abusar de su posición para atacar a adversarios políticos. ¿Quién iba a entender que se le premiara ahora con una presidencia y con el plus económico que supone?
Rajoy ha mostrado una torpeza infinita en este asunto. Continúa actuando como si tuviera mayoría absoluta. Hizo algo parecido con Wert en la legislatura pasada, cuando garantizó al exministro un retiro de lujo en París pese a la crítica general.
Esa soberbia supone dar una nueva baza a Podemos, que ahora puede colgarse la medalla de haber obligado al PP a dar marcha atrás y reubicar a Jorge Fernández de mala manera. Porque ha sido la posición firme de Pablo Iglesias la que ha llevado al PSOE y a Ciudadanos a reconsiderar su intención inicial de ponerse de perfil en el nombramiento del exministro. Eso habría confirmado que en el Parlamento sigue existiendo el viejo pasteleo de siempre.
En definitiva, este nuevo capítulo viene a confirmar que Rajoy continúa siendo una mina para Podemos.