El fracaso de Europa en la gestión de la crisis migratoria se convierte en una auténtica pesadilla si reparamos en los miles de casos de niños desaparecidos en países de acogida. EL ESPAÑOL se adentra hoy en esta realidad en un extenso reportaje a través del testimonio y los datos de ONG y organismos públicos de Italia, Alemania y Grecia especializados en la ayuda a menores inmigrantes no acompañados.
Si la reubicación del millar de niños de Calais dejó hondamente preocupada a la ONU, las cifras de menores huidos de centros de acogida de Europa y cuyo paradero es un misterio sólo puede calificarse de espeluznante. Cerca de 3.000 menores no acompañados llegados a Grecia este año han desaparecido, en Italia se han producido más de 5.000 casos similares y en Alemania unos 9.000. No hay datos sobre España, pero dada la situación en la que se encuentran los centros de internamiento no sería extraño que se produjesen situaciones similares. Save The Children y la Fundación Raíces sí han presentado un informe en el que denuncian la “desprotección y el abandono” que sufren los menores no acompañados en la Comunidad de Madrid.
Las trabas burocráticas para reunir a los menores con sus familias desplazadas, la inexistencia de protocolos unificados y de corredores específicos para menores contribuyen a un drama del que se aprovechan las mafias de trata de seres humanos. La falta de garantías de volver a encontrar a sus familias empuja a muchos menores a escaparse de los centros tutelados para continuar su viaje en solitario o a ponerse en manos de las mafias y verse abocados a la delincuencia y la prostitución infantil.
Autoridades y ONG, como la italiana Civico Zero, dirigida por Marco Capuccino al amparo de Save The Children, no dejan de subrayar que el único modo de afrontar esta crisis humanitaria y sus consecuencias sobre los más vulnerables es estableciendo una mayor coordinación de los socios comunitarios. Es preciso afrontar la problemática concreta de los menores refugiados no acompañados en una cumbre internacional. La dejación de los gobiernos no puede convertir Europa en un filón para los traficantes de niños.