Caroline no se apellida Quer. Quizá si se apellidara como Diana hubiéramos sabido de ella mucho antes. El caso es que Caroline del Valle tenía 14 años cuando desapareció el 14 de marzo de 2015. Han pasado 20 meses desde que se perdiera su rastro; desde que Isabel, su madre, le diera 20 euros de propina para que pasara ese sábado de dolor que ya no la abandona nunca. Y a partir de entonces 20 meses de tortura infinita. Y 19 desde que los medios de comunicación decidiéramos, no sé muy bien por qué, pasar de ella y olvidarnos completamente de sus 14 años, de su cara de ángel, de sus padres, de su hermano, de su abuela, de la angustia de todos ellos...
Como Diana María Quer, la joven de 18 años a la que se perdió el rastro en A Pobra do Caramiñal la noche del 21 de agosto de este año –y que se ha convertido en una estrella televisiva sin comerlo ni beberlo–, Caroline también se fue de marcha con un grupo de amigos que le perdieron la pista en la Zona Hermética de Sabadell. Desde entonces, la nada. El silencio tras las primeras investigaciones. Y después el silencio exterminador de televisiones, radios y periódicos que, al contrario de lo sucedido con la joven desaparecida en Galicia, borramos rápidamente su historia de nuestras prioridades informativas como si ya no existiera, incluso como si no hubiera existido jamás. Hasta que mi compañero Gonzalo Araluce nos la ha devuelto –qué mala leche la suya– a nuestra memoria y a nuestra conciencia.
Esto me lleva a pensar en esas otras desaparecidas que también existen, que no se apellidan Quer y que no gozan del favor informativo. Desapariciones que, como la de Caroline, –14 años, 20 meses sin saber nada de ella– no suben los share de audiencia de las teles o los pinchazos en las webs y no son todo lo rentables que deberían. Desapariciones que por no ser negocio condenamos al olvido más cruel. Y Caroline no debe ser negocio. Y Diana Quer, con el circo ambulante que la rodea, sí que lo es. Sin comerlo ni beberlo pero lo es. “¿Por qué? ¿Por qué a ella se le da tanta bola y a nosotros nada?”, se pregunta Isabel, la madre de Caroline, que desde ese malparido día de marzo de 2015 respira porque sale solo.
Los medios somos así. Caprichosos y egoístas. En no pocas ocasiones apostamos más por el espectáculo que por la información y el servicio público. Algunas veces montamos circos paralelos y destacamos enviados especiales para que nos hablen de la nada, siempre y cuando la nada sea provechosa. Y en otras pasamos del tema como de la mierda si la audiencia baja o los pinchazos disminuyen. Somos tan animales que solo nos ponemos en la piel de nuestros dividendos, espectadores y usuarios… y nos olvidamos de las víctimas y los efectos colaterales porque lo único importante es el espectáculo y que éste no pare jamás.
Y cuando llega este caso y el espectáculo se coloca por encima de la razón, yo me pongo en la piel de esos padres que no saben nada de su hija de 14 años desde hace ¡20 meses! y de la que nadie parece querer acordarse. Padres y familiares que a buen seguro se siguen preguntando, todas las horas de todos los días desde ese maldito 14 de marzo de 2015, qué habrá sido de ella, dónde estará, quién se la llevó, si sigue viva, si no lo está, si sufrió… No me imagino una angustia mayor, un desgarro semejante. Esperar el milagro que jamás llega. Vivir sin estar vivo.
“Sale el sol y sale la luna, pero los días no pasan”, repite como un doloroso mantra Isabel, que solo sueña con volver a tener a Caroline entre los brazos y recuperar la sonrisa robada de su pequeña.