Que Susana Díaz, con su poca preparación, parezca una Adenauer lo dice todo de la política española: porque, en efecto, comparada con los demás, es una Adenauer. Ella no se ha movido del nivel bajo en el que estaba, pero en su entorno se ha producido un socavón. La bajura de miras del resto hace que sus miras resulten altas, de genuina estadista. Sobre todo en la izquierda, tal como está hoy. Es la demagoga tuerta en el país de los populistas ciegos.
El gran Carlos Mármol, andaluz como yo, le puso nombre para siempre al susanismo: “peronismo rociero”. Ahí está todo, a rebosar. En el peronismo de Susana ella sería a un tiempo Perón y Evita, con algo de folclórica y algo también de Juan y Medio: esto último, por la profusión con que aparece en Canal Sur. De hecho, cuando uno pone Canal Sur sabe que está poniendo, con un 95% de probabilidades, a Juan y Medio o a Susana Díaz; y a veces a los dos. Canal Sur, alma de la vida andaluza, ha terminado seleccionando a su presidente o presidenta: no hay en Andalucía ningún político o política que encaje mejor con su programación atorrante.
A mí me conquistó Susana Díaz cuando proclamó: “Me he casado con un tieso”. Esa tasación del marido me pareció muy racial, lo que venían buscando los románticos ingleses del XIX. No precisamente nuestras esencias ilustradas. También tenía algo de la Carmen de Mérimée y Bizet, aunque sin haber trabajado en la tabacalera; ni, para ser exactos, en ningún otro sitio: solo en la política. A los diecisiete años se afilió al PSOE, o sea, se sacó el carnet de conducirse. Y encarriló su vida: aunque dejó para más tarde los estudios, progresó adecuadamente.
Su situación actual es rara. A ella se debe, en la práctica, que haya vuelto a gobernar Rajoy. Vendría a ser, así, la auténtica primera dama: la gran mujer que (¡con permiso de Viri!) está detrás de ese gran hombre (usados esos “gran” de manera generosa). Pero Díaz solo podrá dar rienda a su ambición personal si se enzarza de nuevo con Rajoy con broncas de oposición: o sea, si le monta un Pimpinela. De momento, el Pimpinela se lo ha montado solo a Sánchez.
Tras los luctuosos sucesos de Ferraz del pasado 1 de octubre, cabría pensar que el oficio más afín a Susana sería el de carnicera. Una carnicera de los puñales, y hasta de las hachas, que dejó aquello como una escena de Tarantino. Pero se postuló como costurera: no descuartizar sino coser. El PSOE, concretamente. Sus admiradores dicen que no da puntada sin hilo. A mí me parece, sin embargo, que para recomponer el PSOE le falta hilo, y hasta tela. Teniendo su tarea paradójicamente eso: tela.