Qué semana fantástica para las artes plásticas (¡y morales!): nuestra pseudoizquierda, con su reacción a las muertes de Rita Barberá y Fidel Castro (más la manifestación de Alsasua en favor no de las víctimas, sino de los agresores) ha completado un autorretrato antológico. Un selfie que vale como epitafio. No creo que se quite ya de encima esta lápida, que la sepulta y que, definitivamente, va a impedirle gobernar. Mala noticia para ella. Espléndida para los ciudadanos; es decir, para la democracia.
Siempre me acuerdo en estas ocasiones de lo que dijo Fernando Savater sobre los rebrotes del comunismo tras la caída del muro de Berlín: que se trataba ya de un comunismo no redivivo, sino mal enterrado. Al cabo, a nuestra pseudoizquierda (Podemos e Izquierda Unida, el cóctel –cada vez más molotov– de Unidos Podemos; Iglesias, Monedero, Garzoncito, Montero, Bescansa y Errejón) les ha fallado España: es un país no tan miserable como el que necesitarían para que prosperara su infecto populismo. Y demasiado escarmentado con una dictadura como para que le cuelen otra, aunque sea de las (¡para ellos, que tiene narices!) buenas.
Hablan siempre en términos militares. “El adversario”, repite Errejón, que es el listo. Así, cuando el “adversario” se muere, ¿qué van a hacer? ¿Guardar un minuto de silencio? No cabe el respeto: están en guerra. Están jugando (¡estos pijos ideológicos!) al videojuego de la Revolución. Una menos, Rita Barberá. Compasión cero. Al fin y al cabo, ella no ha matado a nadie y eso no mola.
Molan los etarras, que han matado. Mola Otegi. A éste, abracitos. Pelillos a la mar con su ETA. Y luego lloran: “¡Nos han llamado proetarras!”. ¡Coño! ¡Pues apartaos un poquito de ellos! ¡Dejad de refregaros en su sopa de sangre cuajada! ¡Escupid sus morcillas! O mejor: ¡ponedle una de esas caritas de asco vuestras, de las que le ponéis siempre al “adversario”!
Pese a su insufrible moralismo, para ellos no hay moral, solo política. En el peor sentido: política ideológica. Por supuesto que hablan mucho de ética, como buenos predicadores (¡e inquisidores!) que son. Pero lo hacen de un modo exclusivamente retórico, instrumental. Es una utilización inmoral de la moral: maquiavélica, fría, estratégica.
El dictador Castro es un ejemplo de “dignidad”. Y a la “adversaria” se la desprecia hasta en la muerte. Un desprecio que se ha traducido inevitablemente, en épocas menos suaves que la nuestra, en crimen. Es crudo, pero solo hay que repasar la historia de la pseudoizquierda: no la he inventado yo.
¿Y por qué la llamas pseudoizquierda y no izquierda sin más?, me preguntó uno. Porque no está por la justicia, la igualdad, los derechos humanos ni la libertad, ¿por qué va a ser?. Le respondí desde mi izquierdismo, que sí está por todo eso: ¡furibundamente!