Es mañana, ¿no? El Día de los Santos Inocentes, digo. Debate matutino con un sabihondo: este Día, ¿es el de todos aquellos muertos antes de tener móvil ni oportunidad de perder la inocencia, es decir, mayormente niños, pero quién sabe si no sólo ellos? ¿También vale para la mujer de Alfons Quintà? Que no, que no, me atiza reglazo en los nudillos el sabihondo: hace referencia exclusivamente a la masacre infantil ordenada por el rey Herodes con la intención de no dejar un eventual Mesías vivo. ¿Que dicen que está por nacer un niño que me va a quitar a mí el trono y todo lo que no es el trono? Pues a cortar por lo sano y a ver quién ríe el último.
Ventajas de ser madre casi soltera y de dar a luz no en la Seguridad Social sino en un pesebre: que tu hijo se salva de la quema. Aunque desde determinado punto de vista llama la atención que la historia de Jesús, tal y como normalmente se entiende y se cuenta, empiece tan mal. Con un río de fresca sangre inocente desbordándose para que Él viva. ¿Que el único culpable es Herodes, así como las bombas las ponen los terroristas, y no los que ellos dicen que les dieron la excusa para ponerlas? Cuán cierto. Y cuán desesperante a la vez. Que sea la inocencia, que sea lo mejor de ti lo que te lleve con precisión y sin compasión al matadero.
Pues con Herodes o sin Herodes, diga lo que diga mi sabihondo, en el imaginario popular el Día de los Santos Inocentes ha quedado como la fiesta de los pobres de espíritu y de mollera y de las almas de cántaro -¿se acuerdan de la película de Mario Camus, basada en una novela de Miguel Delibes, con ese Alfredo Landa todo orgulloso de rastrear la caza a cuatro patas más y mejor que todos los perros de la finca de su señorito?...- que con todo comulgan y se ilusionan, que toda esperanza que les dan la cogen, que todo lo bonito que les dicen, ellos van y se lo creen.
Como hace tiempo que al leer la prensa tengo que ir muy al grano, y raramente me puedo demorar en noticias menores pero alucinantes como esa de que en Tokio hayan inventado el papel higiénico para smartphones (para limpiarlos cuando se ensucian por las buenas, sin necesidad de que ningún smártphobo se los haya restregado antes por sus partes más sombrías…), no sé hasta qué punto sigue vigente la costumbre de publicar el 28 de diciembre increíbles noticias falsas que muchas veces colaban y quizá todavía cuelan.
Ojalá el 90 por ciento de lo que sale en las portadas del mundo fuera broma. Ojalá la inocencia fuera algo de lo que se pudiera despertar sin miedo. Sin que mientras dormías te hayan saltado la tapa de los sesos o la del corazón.