A Mariano Rajoy no le gusta nada, pero que nada, nada, nada, el cine español. Y viceversa. Es decir, los peliculeros se ciscan en cada salida de tono que el presidente emite, balbuceante, frente a un micro, con respecto a su encomiable profesión. Esto conviene analizarlo.
Resulta paradójico, para empezar, que Rajoy no vea películas hispánicas cuando se trata, en realidad, de uno de los presidentes más berlanguianos, buñuelescos y carlosaurantes que han pululado por la Península Ibérica desde los tiempos de la Santa (e Infoliada) Transición.
Porque, de otros, mejor no hablar. Habría que rebobinar para ello, bigotito incluido, a la etapa dorada del cine mudo…
Rajoy no ha podido ver ninguna de las películas nominadas, este año, a los Goya. Y confiesa: “Para mi desgracia no voy al cine, leo novelas”, reconvirtiendo la respuesta a una pregunta radiofónica en una especie de sudoku repleto de dudas e interrogantes.
¿Cuál es esa adversidad: no ir al cine, leer novelas o ambas cosas a la vez? ¿Qué tipo de libros son esos que hacen de nuestro presidente un hombre tan desdichado?, ¿de caballerías? ¿Por qué demuestra un odio exacerbado hacia las españoladas de ultimísima generación? ¿Qué coño lee Rajoy? ¿Qué ve? ¿Por qué recela tanto del cine patrio? ¿Cuál fue esa maldita película española que lo dejó fuertemente traumatizado, al borde del electrochoque?
Se admiten apuestas. Pero es mejor no tratar de leer entre líneas. Nos quedaríamos en blanco.
La situación presidencial de Rajoy resulta calamitosa desde que no puede ir al cine porque se ve obligado a leer novelas. Una tras otra. Sin descanso. Esto sí que es de traca.
Aunque una cosa queda clara: no estará este sábado noche frente a la caja tonta, Rajoy, padeciendo los Premios Goya 2017. Él es más de estar dentro que fuera de las pantallas (de plasma). Sin embargo, no hay mal que por bien no venga: al menos se librará uno, un ciudadano español, e ilustre además, de esa perniciosa sensación, que va del bochorno a la vergüenza ajena, ante cada discurso chorra, sonrisita postiza, fingida actitud de autosuficiencia y simulada rectitud moral que despilfarran, todos los años, por estas fechas, en la tele impúdica, nuestros benditos peliculeros. Por no mentar, claro, el consabido, pomposo e insufrible sketch musical de Álex O'Dogherty.
Mariano Rajoy no lo sabe, pero es el Gene Kelly chungo de un almodovariano remake de Cantando bajo la lluvia (para que baje el precio del recibo de la luz) que ríete tú de La, la, land.