Hay algo rancio, viejo, en el aire en lluvia de Madrid. Paseo por un Madrid sin Ángel Cristo -qepd-, ni con sus leones domados de aquella manera (razones a Manuela Carmena, sí, por lo de promover con prohibiciones un circo vegano. Un circo con títeres comprometidos en el que ya no apestará a meado de simio y sí a olerá a nube progre y pedagógica).
Y hay algo rancio también, precisamente, en el retorno de los personajes y formas de antaño: en la propia Bárbara Rey y su intrahistoria borbonera de domador y de murciana, en las puñaladas en abierto del podemismo y en las amenazas de muerte a Rita Maestre ("unos tiritos en la sien") y a la Justicia que la absolvió: hacia la eternidad y en sujetador.
El cuadro de este Madrid, de esta España, da miedo, da canguelo, y nos quita hasta la sonrisa. Quizá sea porque llueve y están medio de luto esas cafeterías setenteras donde los españoles sangraron a tiritos los extremos en la Transición: quizá porque en la España de hoy al Lute -con el que me crucé hace poco por ahí abajo- se le puede hacer ministro de la cosa' si es que comulgara el Lute con el pijerío ministerial y la doctrina rajoyniana del apellido compuesto. No sé, pero una España como superada viene a cornear a la generación de Twitter. Lo vi en la actualidad, en esas dos Españas que le bailan el agua y le lloran las penas a la Pantoja y a los pujoles; o en un Rajoy decrépito crecido en la minoría, un Rajoy matador que aún no ha podido hacer pedagogía de España, porque puede que "patria" como concepto y como trabajo le venga grande a este registrador de finquillas.
Contaba Lorena G. Maldonado en este periódico que Isabel, mi gitana, mi Pantoja, va a ofrecer un concierto en Madrid por redención de penas morales y de las otras, y que por 1.057 euros te llevas un pantojo completo. Quisiera empotrarme también allí como hice en Dos Hermanas, y ver si sin Paquirri y con Paquirrín, sin Felipe y con Juan Luis, seguimos siendo lo mismo. Con tiritos al destape y un gallego al mando que calla y que consiente desde el Éter.