Esta imagen de Messi en volandas supone una contribución extraordinaria a esa grandilocuencia bien construida por los vencedores a la que llamamos épica. El astro argentino lleva empapando hombros y cabezas ajenas con las posaderas sudadas desde que era crío porque “juega como Dios” -dicen en los bares-, así que encontraremos muchísimas instantáneas similares googleando.
Pero admitamos, les guste o no el fútbol, incluso si son ustedes del Madrid o del Espanyol, que esta fotografía de Santiago Garcés emociona y eriza como los anuncios de turrones, como los postres el Día de la Madre, o como las primeras curdas con esos amigos que son “hermanos” hasta que -merecidamente- se olvidan para siempre: “¡Te quiero un huevo!”, decían.
La composición es perfecta porque todos los elementos contribuyen a engrandecer al pequeño Leo: la colina de aficionados enrojecidos con los brazos suplicantes como de extra de serie zombie, las luces del Camp Nou concentradas en la figura del enorme jugador, el contraste del puño sobre la boina del cielo… En cierto modo, el capitán blaugrana recuerda un poco a un Cristo a punto de ascender a la gloria, o la Venus de Botticelli sin asomo de rubor y tocada con brazalete cuatribarrado.
Sin embargo, aun siendo muy bonita la imagen, tan bonita que uno sólo puede asombrarse de su propia estupidez por no disfrutar el fútbol, ni comprender a qué tanto grito salvaje los domingos por la tarde en los periódicos, la historia que vela esta imagen de fervor y victoria es tan estupefaciente como lo que esconde. Cinco apuntes:
Uno: el Barça, una “trama de afectos” -que diría Enric Juliana en poética e ininteligible alusión a España-, mereció ganar al Paris Saint-Germain, pero no hubiera logrado el 6-1 ni se habría clasificado para cuartos de la Champions sin la ayuda del árbitro Deniz Aytekin. Es decir, la trampa al servicio de la epopeya y el Barça como diccionario panhispánico de dudas para desentrañar qué demonios quieren decir el neologismo post-verdad: la mentira emocional.
Dos: en nueve meses -al decir de Gerard Piqué- habrá un baby boom porque las victorias del Barça son algo así como un viagrazo apto para para cardiacos, como las ostras y el caviar de los sans-culottes del pueblo llano catalán, charnego y español, valgan las redundancias.
Tres: que -por contra- la vieja Francia será aún más anciana en un año de puro bajón afrodisíaco porque, mientras Barcelona literalmente tremolava, París dejó de ser la ciudad del romanticismo de serie B para convertirse en un monasterio cartujo.
Cuatro: que el "¡Hala Madrid!" rabietero de Nicolas Sarkozy sólo puede enojar al madridismo.
Y cinco: que la derrota de los franceses confirma la boutade de Manuel Vázquez Montalbán cuando, quizá tras ver un partido como el del miércoles, escribió aquello de que el F.C. Barcelona era el “ejército desarmado” de Cataluña.
Pues hala: ¡Visca el Barça, añorado MVM... manque gane con árbitros!