Se venden zapatillas usadas en Londres
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No es la imagen más impactante, ni la más explícita, ni la más perturbadora de las tomadas tras el último ataque en Londres, pero puede que sea la más aclaratoria. De hecho, congela situaciones, motivos, enfoques y espacios sólo congruentes en la geometría del caos.
El autor retrata a una mujer asistiendo a una de las víctimas del atentado del miércoles en Westminster. Se vuelca sobre el cuerpo de un hombre en el suelo, una persona derribada que flexiona las piernas y eleva el antebrazo izquierdo. El conjunto semeja una Piedad despojada de clasicismo porque la cámara, en lugar de mostrar un primer plano de ambos, abre el foco para registrar un horizonte confuso. La presencia de unas zapatillas alineadas a menos de un metro es desazonante.
En todos los atentados, en todos los accidentes de tráfico, en todas las catástrofes aparecen zapatos perdidos, zapatos dispersos, zapatos viudos. Las tragedias y los naufragios son pródigas en zapatos sin sentido antes incluso de que Hemingway nos enseñara, en el cuento más breve de la historia, que unos zapatos pueden ser un féretro: “For sale: baby shoes, never worn”.
En esta escena, sin embargo, la disposición de las zapatillas parece premeditada. Aparecen juntitas como debajo de una mesita de noche, paralelas a la diagonal que dibujan la acera, las líneas rojas y blancas de la calzada y -más al fondo- la baranda del Támesis. Esas zapatillas perfectamente alineadas son tan desconcertantes que hurtan el protagonismo a la pareja yacente.
A esa competencia entre motivos -la víctima frente a sus zapatillas- contribuyen la incomprensible apariencia de normalidad que rodea al herido y a su cuidadora. A la derecha los icónicos double deckers rojos londinenses, al fondo paseantes sobre el puente aparentemente ajenos a lo ocurrido. Tomados uno a uno, los distintos objetos de la imagen, y los planos de la composición subrayan la anormalidad inherente a cualquier atentado terrorista.
Puede parecer terrible, pero el alcalde de Londres, Sadiq Khan, dictó sin querer el pie que merece esta foto en septiembre de 2016 cuando, en declaraciones a The Independent, dijo que los atentados “son parte integrante de la vida de la ciudades”. Lo lincharon y lo linchan por ello, pero todos sabemos que si el riesgo consiste en que un yihadista decida convertirse en un lobo solitario y salga a matar armado con un vehículo y un cuchillo, la vulnerabilidad parece absoluta. Este tipo de ataques son difíciles de prevenir y devastadores para la cada vez más difuminada ilusión de seguridad, rota ya en Europa como el calcetín de la víctima tras el atropello.