Hubo un tiempo en el que dormía en la litera de abajo, pero no tenía hermano. La cama de arriba permanecía vacante marcando la ausencia de compañía. Indiferente a los sueños del padrón de abajo. La ficción entró en mi vida y se quedó a dormir en ese colchón de espuma solitario. Pero no sólo metafóricamente, resulta que en la mesilla de noche tenía siempre un libro, un cuento infantil. La hermana Teresa, que debía ser amiga de la familia, porque yo iba a un colegio público próximo a casa, me regaló los primeros libros; una trilogía, por así decirlo, de ediciones Elfo, ilustrada por José Ramón Sánchez, el padre del director de cine Sánchez Arévalo que educó como los ángeles a toda una generación. Hoy los he rescatado de la estantería y los he abierto con cuidado porque están como si los hubiesen rescatado de Fahrenheit 451, destrozaditos, con celo envejecido de los años setenta y pidiendo a gritos una encuadernación nueva. Al principio me ha dado pena, pero al empezar a leer me he sonreído pensando en aquellas noches que pasaba, lucecita encendida, con el cuento en mis manos. Así están.
Huelo las rosas de Sant Jordi. Llega el día. Y hoy mismo se celebra la noche de los libros en Madrid. Me gustan las firmas de libros porque se rompe la barrera que hay entre lector y autor. Te cuentan cosas, matizan, apuntan qué les ha gustado o a qué personaje deberías rescatar de alguna novela anterior. En ese momento te das cuenta de que la novela ya no te pertenece, que es suya, igual que tuyas son obras que admiras y relees de otros autores. Pero esas filas de lectores son islas, paraísos aislados de la realidad. No hay más que ver los índices de lectura, de compra de libros o de visita a bibliotecas. En fin. Por eso vuelvo a la idea inicial: los libros infantiles, que no parezca que estoy haciendo un llamamiento.
Cuando veo cómo Raquel le compra cuentos a Elsa y Olivia, mis sobrinas, me ilumino. Les ha puesto una habitación repleta de historias, hadas, coches voladores, duendes, castillos, elefantes y números que hablan desde las páginas coloreadas. Y pienso, ¡vaya!, eso sí que es darle la vuelta a las estadísticas de lectura. Lo bonito viene cuando las veo abrir los libros en pijama, flipar y fabular con los dibujos. Leer antes de saber leer es muy importante. La imaginación se dispara y la ficción les crea pequeños mundos paralelos. Estímulo. Fantasía.
Pero lo que me empuja a escribir este artículo no son mis dos niñas alucinadas mirando casas troqueladas y princesas guerreras. O sí. Ya que hemos perdido a una generación en esas cifras infames de lectura, salvemos la siguiente. Regalen cuentos a los pequeños, vayan a la noche de los libros, miren los que más les fascinan, sorprendan, atrapen. Descubran y acostumbren. No hace falta que sean de Perrault, de los Hermanos Grimm o Andersen. O sí. Los tiempos cambian. Fantasía a tutiplén. Viva la ficción. Vivan los libros. Viva la cama vacía de arriba.
Atentamente.... Les escribe un autor nervioso por qué le dirán en la firma de libros.