Como a Vargas Llosa, a mí también me hace falta leer varios periódicos cada mañana. Como hace él, los leo en papel y me sirven, seguramente como le ocurre al Nobel hispano-peruano, para despertarme al mundo, o frente a él.
Aunque debo admitir que, demasiadas veces, el placer que se le supone a semejante lectura da un giro extremo y se convierte en tortura. Sí, algunas mañanas resultan decididamente más arduas con un café y un diario abierto. Como este miércoles, que El País publicó una noticia en la parte inferior de una página par, la 8, cuyo titular era: “Más de 4.000 niños atendidos por violación en Colombia en 2017”. Y no, no me equivoco con los ceros.
En la presentación, un día antes, de su novela La niña a las puertas del infierno, Óscar Mijallo recalcó que en las guerras no hay buenos ni malos: todo el mundo puede ser bueno, todo el mundo puede ser malo. Y entre los buenos hay malos, y malos entre los buenos. Su aseveración, por supuesto, resulta también válida al respecto de los lugares donde no hay guerra. Al menos, declarada.
En su hermosa canción Anything can happen, el músico estadounidense Jackson Browne saluda al amor que puede suscitarse –que se suscita, a veces-, entre civiles que se ocultan en los refugios antiaéreos o se esconden de los tanques o de las bombas racimo. “If this love can happen here/anything can”. Sí, si en ese entorno, uno como el sirio que novela Mijallo, puede ocurrir el amor, entonces cualquier cosa puede suceder.
También, claro, en lugares aparentemente más amables, como Colombia.
Pero allí, como en cualquier otro lado, también acontecen cosas horribles. El País no le daba suficiente importancia a esa aterradora noticia. Habría que preguntarse por qué. Solo destacaba un subtítulo, igualmente espeluznante, que decía: “Una niña de cuatro meses fue violada por un soldado el sábado”.
Creo que ya saben a qué me refiero cuando les digo que los diarios, demasiado a menudo, arruinan las mañanas soleadas. Eso les atribuimos, aunque realmente no sean los mensajeros, sino los causantes de las tragedias, en este caso los pederastas, quienes verdaderamente abaten la placidez de las primeras horas.
Seguiré fiel a esas lecturas tempranas en papel y tinta a pesar de las nefastas noticias que en ocasiones se deslizan en ellas. Y más ahora que la OJD certifica que los periódicos han superado una nueva meta volante camino a su defunción: ya ninguno de los generalistas españoles vende más de 100.000 ejemplares.
Afirma David Jiménez, exdirector de El Mundo, que hay que reivindicar el placer de lo minoritario, y que no es tan malo no ser, como le ocurre a él, un autor de masas. Imagino que Jiménez elogia el encanto de lo exquisito y, también, la fidelidad de los que forman esa sugestiva minoría.
Ahora que, como dice el periodista Pedro Simón, ya ni los niños miran por la ventana del coche mientras viajamos, ahora que las pantallas finalmente han secuestrado a la mayoría, procede reclamar la felicidad de enfrentarse a un amanecer solitario, un café y un diario. Aunque en demasiadas ocasiones alguna pieza informativa lo amargue todo.