Risto Mejide no se parece a Pérez-Reverte, aunque le imita el afán pendenciero. El escritor practica la gimnasia del escándalo porque es un agitador y porque disfruta en las inquisiciones mancomunadas la erótica del vocerío: a veces arrastra a terceros y se ve en la tesitura de salvar a las víctimas colaterales de sus pasiones. Lo acaba de hacer tras un artículo en el que habla de las tetas de Christina Hendricks involucrando en el relato a Antonio Lucas, Manuel Jabois, Edu Galán y David Gistau, “que no estaba allí pero como si estuviera”, se ríe del respetable. Y volverá a hacerlo porque lo de Pérez-Reverte con sus odiadores es una dipsomanía de la histeria cuya resaca también sufren sus amigos.
Muy distinto es lo de Risto, que tiene oficio de malote y ha cabalgado el tigre de la provocación llamando “calientapollas” a la concursante de un programa tostón sobre amores difíciles. Lo de menos es si Mejide se ha comportado como un cerdo machista o como un publicista sin escrúpulos. Tampoco importan las disquisiciones de la gestapo del género neutro sobre la necesidad de depurar el idioma de contaminaciones sexistas, androcéntricas, heteropatriarcales, coloniales y misóginas.
Lo fascinante es que la machada con la que Risto intentó levantar la audiencia haya generado más indignación que el hecho, perturbador, de que a ese mismo programa fuera invitada una madre siria... pero con billete de vuelta a casa. La pobre mujer tuvo la oportunidad de abrazar a su hijo -participante-, al que no veía desde hace año, y tras el show, al parecer, fue devuelta a su país arrasado. Una devolución en caliente, casi.
Machismos, micromachismos y gestapillos del género neutro hacen su agosto hipertrofiando, con la excusa del feminismo, el patrón de los sentimientos. Hay que preguntarse por qué la machada de Risto resulta más estimulante para la masa que la explotación mercantilista de una madre en medio de una guerra atroz.
Todo el mundo sabe que la hipocresía es requisito y condición de ese rasgo evolutivo que llamamos corrección política. Simulamos o manifestamos opiniones, gustos y valores en busca de rentabilidad social. Este fariseísmo se practica de forma consciente y condiciona las causas que cada cual adopta para indignarse o alegrarse públicamente.
Las invectivas contra Pérez-Reverte no merecen más comentario que recomendar a sus detractores que se cuiden de Bukowski o Nabokov, por citar sólo dos autores cuyos sus personajes fornican con niñas o adolescentes. En lo que toca a las prioridades emocionales activadas por Risto, es indudable que la educación sentimental que procura la televisión engendra monstruos que la razón no entiende.