Cuando el presidente de la Asociación Nacional de editores de Libros de texto denunció en el Congreso “presiones políticas” para ajustar los contenidos de los manuales escolares en determinadas autonomías, tuve la sensación de que por fin se reconocía oficialmente lo que era un secreto a voces: el rodillo del nacionalismo pasa también sobre los textos de los colegios, de forma que algunos parecen pensados para tergiversar el pasado del país y atizar la fobia a España.
Hay libros de historia que son verdaderas distopías, completos catálogos de mentiras que convierten nuestro país en una sucursal de un territorio imaginario a medio camino entre Narnia y los mundos de Yupi. El martes, en el Congreso, Juan Carlos Girauta preguntó al ministro de educación qué pensaba hacer el Gobierno para investigar el asunto, y Méndez de Vigo se escabulló con vaguedades hablando de una supuesta limitación de competencias, cosa que choca frontalmente con la figura de la alta inspección del Estado. Sin embargo, cuarenta y ocho horas más tarde de que dejásemos claro que no íbamos a conformarnos con la desidia del Ejecutivo, el Gobierno anunciaba que se había encargado un informe “detallado y urgente” sobre el extremo denunciado.
La dura realidad es que la manipulación de los libros de texto (y no digo presunta porque ahí están los textos hablando de Cataluña como un país independiente) no es un asunto de ayer o de anteayer. Y el PP, que gozó de cuatro años de cómoda mayoría absoluta, jamás hizo nada por investigar este disparate que afecta directamente al formación de los escolares. La idea de que editoriales de prestigio tienen que plegarse a la exigencia de colaborar con labores de adoctrinamiento so pena de quedarse fuera del circuito del libro escolar es aterradora, pero ahí está, cobrando forma.
Veamos, por ejemplo, este texto que habla de la organización política de Cataluña sin mencionar la Constitución, o ese otro que dice que la lengua oficial de Cataluña es el Catalán, ignorando la cooficialidad del español. Es bueno que el Gobierno haya dejado de ignorar la evidencia de que se está manipulando a los niños desde las sagradas páginas de sus manuales de estudio, pero está claro que no lo ha hecho “motu proprio”. Son treinta años chalaneando con los nacionalistas, y en esto, como en otras cosas, hemos tenido que obligarles, como a ese niño malcriado que no quiere acabarse las lentejas o se niega a lavarse las manos antes de comer.