Podemos ha tirado los dados de su moción de censura, ha sacado tres seises seguidos (porque no había sietes) y, como sucede en el parchís, ha devuelto su ficha a la casilla de salida. Tal es el resultado práctico de su imposible tentativa de derribo del Partido Popular, pero es de justicia reconocer que en términos simbólicos ha ido algo más allá; ha conseguido más de lo que preveían sus enemigos, y también algo más de lo que calculaba el observador que esto escribe. La andanada de Irene Montero hizo daño, tanto que hubo que echar mano del bronco zapador Hernando, que corrió a colocarle una de sus cargas de dinamita con el objeto de desacreditarla. En cuanto al discurso de Pablo Iglesias, provisto para la ocasión de un tono y una retórica muy alejados de su machacón sonsonete mitinero, vino a revelarlo como una suerte de Mortadelo de la política: vestido súbitamente con el traje regeneracionista de un Joaquín Costa, extendió sobre el tapete algunas verdades no por antiguas menos amargas, ni menos incómodas para la bancada gubernamental.
Podrían haber alcanzado el resultado con menos horas de parlamento, seguramente, pero tenían material para llenar las que emplearon y se sirvieron de la largueza de tiempo que la moción de censura les concedía y de la que por lo común no gozan. Llegaron a su público, sin ninguna duda, pero también a algún otro que quizá no estuviera de entrada en el guión; si eso puede traducirse en el futuro en votos es cuestión más vidriosa, con todo lo que acontecerá antes de que haya que volver a las urnas y lo olvidadizos y distraídos que se han vuelto los votantes.
En cualquier caso, para solventar la papeleta planteada, a Rajoy le bastó subirse a la tribuna y leer impasible lo que ya traía preparado, sin privarse por ello de regalarnos alguna de sus indescriptibles creaciones sintácticas, en los muy contados momentos en los que improvisaba la réplica. Ya si eso tal, que es todo lo que necesita decir para sostenerse durante el tiempo que le conceden los presupuestos tan generosamente pagados a vascos y canarios. Votóse, perdióse la moción, aplaudiéronse a sí mismos censurados y censuradores, y he aquí que estamos más o menos igual que hace año y medio, sin poder sumar, aunque suma haya, la mayoría alternativa para desbancar al PP. De que lo que podría ser no sea tiene la culpa lo mismo que al principio: la incompatibilidad entre Podemos y Ciudadanos, alentada con ahínco parejo por Rivera y por Iglesias, e irreductible para un Pedro Sánchez con ocho decenas de diputados. Más ahora que Ciudadanos tiene suscrito un pacto con los populares, sin que el partido morado deje de especular para adelantar al PSOE.
Hay quien tiene prisa, pero lo bueno de volver a la casilla de salida, habiendo probado un camino inútil, es que no hay que precipitarse a reproducir este, sino jugar con calma los dados para ver si el próximo viaje sale mejor. De la paciencia y astucia, pero también de la generosidad de todos los jugadores, depende la posibilidad de crear un escenario diferente; muy difícilmente sin elecciones de por medio. Entre tanto, persiste Rajoy.