En estos días millones de trabajadores, autónomos o por cuenta ajena, presentan sus declaraciones del IRPF. Algunos ven que las retenciones que les practicaron son superiores al impuesto que debían finalmente pagar, con lo que han financiado gratis al Estado durante meses. Otros tienen que apoquinar la diferencia entre lo retenido y la cuota tributaria final, que más les valdrá haber ahorrado y apartado convenientemente. Alguno, por razones diversas, desde la mala administración o la falta de liquidez hasta la morosidad o impago de sus clientes, tendrá que pedir un préstamo para cumplir con sus deberes fiscales.
Un momento excelente para que unos y otros recuerden que en su país, entre otras cosas, se perdonó a cambio de un pago módico a multitud de grandes defraudadores, mediante una amnistía promulgada con infracción constitucional. Infracción esta que en otros casos se equipara a un delito de lesa patria (o de lesa humanidad) pero que cuando se trata de perdonar a los listos que se burlaron del fisco queda reducida por el ministro del ramo al rango de simple travesura, para la que se ofrecen o se improvisan, sin rubor, excusas que ni Jaimito daría.
Un momento excelente, también, para que el ministro salga en defensa de un astro del balón acusado por la fiscalía de un presunto delito fiscal por importe de millones de euros, pidiendo para él consideración por no estar aún condenado y representar un negocio deportivo que en su opinión es Marca España. Nada que objetar a la presunción de inocencia (con la que el ministro no fue tan sensible en otros casos en los que llegó a señalar, de forma más o menos directa, a contribuyentes que ni siquiera estaban imputados), pero no deja de ser curiosa la sensibilidad ministerial hacia la componente balompédica de la marca patria, después de haberse declarado tan ostentosamente indiferente a otros aspectos que contribuyen a alimentarla. Tampoco deja de llamar la atención la delicadeza con que trata a los acaudalados deportistas, después de que bajo su mandato se haya apisonado sin contemplaciones a algún pobre poeta que cometió la torpeza de generar unos pocos derechos de autor mientras cobraba una pensión de subsistencia, y al que se liquidaron con saña recargos, intereses y sanciones hasta sepultarlo bajo una deuda que con su edad y medios no tenía posibilidad de afrontar.
El momento es excelente, en fin, para ver cómo la fiscalía comienza a elaborar, de cara al cumplimiento de la pena por delito fiscal, un criterio benévolo frente a esa especie de defraudador cuya actividad tanto aporta, a juicio del ministro, a la Marca España. Si a eso se le une un sistema impositivo que abrasa a trabajadores, autónomos y pequeños empresarios, y trata gentilmente las rentas de los más pudientes, tenemos servido un mensaje tóxico, que sólo puede generar, en los paganos, desafección y una sensación de injusticia lacerante; y en los que buscan eludir sus obligaciones y tienen medios para hacerlo, el estímulo a una conducta que, si no resulta disculpada de una manera, lo será de otra. Alguien se está ganando a pulso una estatua.