Según el Ayuntamiento de Barcelona, la principal preocupación de sus administrados es el turismo. No lo compro así lo jure Colau por sus prejuicios, que no me figuro cosa mayor. Desconfío de las encuestas desde que descubrí el clásico How to Lie with Statistics, de lectura obligatoria en ESADE, al menos en mis tiempos. No es que la estadística entera sea una gran estafa, como sostenía mi madre con su peculiar escepticismo ampurdanés; es que puede servir, y de hecho sirve a la mentira con mayor ductilidad y autoridad que ninguna otra área del conocimiento, a la vez que las condiciona todas. No encontrarán una sola gráfica en la prensa que sea irreprochable a los ojos de un estadístico o de un estudiante espabilado. Alguno se inventa encuestas por las bravas, pero hay formas más finas de obtener los resultados deseados. Abundan los sesgos en las preguntas, en su ocasión, en el entrevistador, en las muestras. Aquí una parodia:
La alcaldesa habla a un puñado de subalternos de libre designación: “Mi principal preocupación es el turismo. ¿Y la vuestra?”. A los circunstantes les falta tiempo para exclamar: “¡La misma!”. “¡Una cosa horrorosa, el turismo!”. “¿Qué puede haber más preocupante?”. “¡El turismo me mata, Ada. Me ma-ta!”. Y ella, convencida de la sinceridad del grupo, o no muy familiarizada con el concepto de “muestra”, o posiblemente intoxicada por la secta de los Cualitativos (en el infierno paguen), se dice que claro, que es normal, que todos se han percatado de que el turismo es más peligroso para Barcelona que el paro, que el cierre de comercios, que los manteros, que la delincuencia, que la aglomeración islamista en Cataluña. No comprende, cándida, que para esa gente su palabra es palabra de diosa. ¿Cuál es el coste de oportunidad de quienes, en el mejor de los casos, rebañaban improbables oenegés hasta que el hada madrina agitó la varita y aparecieron en un palacio de Plaça de Sant Jaume? Es Ada o la nada. Es Ada o el ardor ahí.
La encuesta de Colau no es una encuesta: es un bando. Les cuento: eso del referéndum ocupa más a las comarcas que a Barcelona, donde una frontera moral vuelve a separar, con nuevos constructos, a la gente abierta de los puritanos. Son estos hoy de religión atea, milenaristas, ungidos; les repelen la prosperidad, el cosmopolitismo y las terrazas. O sea, Europa. Detestan el comercio, el intercambio. Viven atormentados (con permiso de Mencken) por la posibilidad de que alguien sea feliz.