La noticia de que hoy en día el 23% de los estadounidenses cree que su país se independizó de Francia, de México o de Alemania ayuda a entender que un 50% o quizás un 60% de catalanes considere que Cataluña es una nación milenaria que está en lucha con España desde la Edad Media.
Tener un PIB elevado y un buen sistema educativo no es garantía contra la ignorancia; ni siquiera vacuna contra el fanatismo, como ha habido ocasión de comprobar a lo largo de la Historia.
Un argumento recurrente entre los nacionalistas es que nadie con dos dedos de frente puede creer que millones de catalanes hayan sido manipulados para pensar como piensan. Pero aunque dé vértigo asumirlo es así.
Quizás el último que ha escrito sobre esto es el catedrático de Psiquiatría de la Universitat Autònoma de Barcelona Adolf Tobeña. En su reciente libro La pasión secesionista, Tobeña explica cómo pueden crearse -y se crean- actitudes gremiales en grandes poblaciones y en muy poco tiempo. Y ya se sabe que contra las pasiones es inútil oponer razones.
Hay una ignorancia natural y hay una ignorancia inducida. ¿Cómo no va a creer cualquier catalán que Cataluña es una nación si hace lustros que tiene un Teatre Nacional, un Museu Nacional d'Art o un Arxiu Nacional? ¿Cómo no va a creer en la existencia de unos Países Catalanes que se extienden desde Francia hasta Murcia si pasea en multitud de municipios por calles y plazas bautizadas con este nombre? Lo sorprendente sería que creyera lo contrario.
En Estados Unidos, el país que copa todos los años el ranking de las mejores universidades del mundo, hay 75 millones de personas que están convencidas de que su país perteneció alguna vez a Francia, México o Alemania. ¿Nos vamos a sorprender aquí porque cuatro millones de catalanes piensen que tienen derecho a votar al margen de la ley y contra un Estado opresor?