Esta semana se celebra el Día Mundial del Orgasmo Femenino. Espero que resulte inolvidable para todas aquellas mujeres que saben gozar de sus orgasmos y, por supuesto, también para todas aquellas que saben fingirlos. ¿Acaso hay alguna que no lo haya simulado, aunque sólo sea una vez?
Según los últimos estudios de rigor, las razones por las que las mujeres fingen son muy diversas, y no siempre elusivas. Lo hacen por altruismo, por terminar cuanto antes el coito, por miedo e inseguridad, pero también para aumentar la excitación propia. De hecho, no son pocos los sexólogos que animan a practicar expresiones físicas como la respiración agitada, los gemidos y el arqueo de espalda por considerarlos un tratamiento eficaz contra la anorgasmia. Al fin y al cabo, tanto en el sexo como en otras muchas cosas importantes de la vida, que las hay, podemos llegar a creernos lo que nos propongamos. Incluso que estamos disfrutando de un gran orgasmo.
Y si no, que se lo pregunten a un matrimonio texano, Melanie y Scott, quienes afirman poder alcanzar el clímax con tan solo un abrazo. ¿En serio? Del todo. Y todavía mejor: aseguran que si se encuentran en una misma habitación sin mediar contacto físico y uno de los dos lo experimenta, el otro estalla de placer de inmediato y como por contagio. Pero no se acaba aquí la cosa, ya que son capaces hasta de tener un orgasmo con un desconocido mediante un fenómeno difícilmente explicable de ósmosis espontánea. Tal es el talento que demuestran para el goce, que han creado Ecstatic hearts, una escuela en la que pretenden enseñar tantra sexual, esa técnica tan de moda para resolver los problemas sexuales de los solitarios más recalcitrantes y de las parejas que apenas suman dos vecinas soledades.
Escribo este artículo sentada en un chiringuito frente al mar de mis vacaciones. El sol se cuela por el techo de paja, dibujando líneas horizontales en mis pies descalzos. Bebo agua con gas y limón, no veo la hora de tirarme a esa agua salada y tibia que me espera como un espejismo prometedor. Hace mucho calor, se me pega la camisa al cuerpo. Observo entre tanto a un apuesto alemán de gafitas oscuras y redondas que fuma en la mesita del fondo y me regala alguna miradita de soslayo, seguro de su magnetismo estúpido pero no del todo ineficaz. Un día de estos, quizá hoy mismo, volverá a su casa y se evaporará sin decirme siquiera su nombre. Qué aburrimiento de teutón.
¿Y si pongo en práctica los consejos tejanos, o tibetanos, o más bien marcianos? ¿Y si me levanto, me acerco sin un titubeo al apuesto alemán de ridículas gafas redondas y oscuras que fuma en la mesita del fondo, le abrazo y gimo y arqueo la espalda? ¿Lograré un gran orgasmo fingido? ¿Y él, fingirá él también? ¿O es que los hombres no saben? Ellos se lo pierden, a mí fingir orgasmos me encanta.
Y no fingirlos, también.