La purga del callejero de Sabadell propuesta por el historiador José Abad convertía en compañeros de paseíllo a Antonio Machado y Quevedo, a Goya y Larra, y a las vírgenes de la Almudena, de la Paloma y de la Macarena, entre otros rutilantes astros del parnaso literario o celestial.
A los primeros se les apiola por españolazos y “anticatalanistas”. A los segundos se les acusa de ser exponentes de un “modelo pseudocultural franquista” pese a que murieron varios decenios antes del nacimiento del dictador. Y de las terceras no es menester glosar faltas, obras o milagros porque todo el mundo sabe que santos y patronas son agentes al servicio de la derecha imperialista castellana. Salvo La Moreneta, claro, que además de patrona de Cataluña viró al negro hace siglos en un ejercicio de desobediencia que brinda a la causa soberanista el halo de trascendencia que no han logrado Romeva y Puigdemont.
Que Machado muriera en el exilio perseguido por la España nacional a la que han pretendido adscribirle, o que Larra y Goya fueran tildados de afrancesados es irrelevante porque la Historia, cuando la escriben propagandistas y comisarios, supedita los hechos y su contextualización al interés político y formativo de sus inspiradores.
La cuerda de ajusticiables del tal Abad no es sólo interesante porque pone de manifiesto la pulsión historiofágica y falsaria del nacionalismo catalán, que ha pasado de querer apropiarse a Colón y Cervantes a querer eliminar toda huella de Machado. Lo más revelador es hasta qué punto el odio a lo español, así en general, se acaba convirtiendo en una pasión que subordina cualquier atisbo de racionalidad a una vorágine de ruido y furia.
La limpia propuesta en Sabadell ha desatado un escándalo porque muchos de los prescindibles eran intelectuales, o directamente genios, lo que situaba la escabechina bajo el patrón proclamado por Millán-Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Al alcalde, Matias Serracant, le ha podido el bochorno y, como hizo Carmen Polo con Unamuno en el 36, ha indultado al bueno de Machado de un segundo exilio. Pues eso: ¡Muera la inteligencia!