Me gustaría saber dónde se han informado sobre el atentado de Barcelona los que la semana pasada criticaron el trabajo de la prensa incluso más de lo que criticaron a los terroristas. Algunos de esos críticos, por cierto, periodistas con una muy deficiente comprensión de su oficio. Hay que tener más dignidad, hombre.
El primer debate absurdo versó sobre la publicación o no de imágenes explícitas. Un debate propulsado por algunos tuits de la fuerzas de seguridad del Estado que pedían a los ciudadanos que no compartieran imágenes de las víctimas del atentado.
Entiendo que ahora que cada tuitero es un reportero empotrado en el sofá de la casa de su abuela algunos se dieran por aludidos. Pero cualquiera puede entender que esa petición iba dirigida a ciudadanos particulares y no a los medios de prensa. Y si iba dirigida a medios de prensa, mal. Sobre imágenes de operaciones policiales en curso, las peticiones de la Policía van a misa. Sobre temas de moral, que cada cual se arregle con su Dios. Sobre temas de deontología periodística, y con todo el respeto, me importa un pimiento lo que diga Twitter o el community manager del sursuncorda.
El segundo debate absurdo, relacionado con el anterior, es el de qué aportan algunas imágenes a la comprensión de la noticia. Vamos a dejar de lado el hecho evidente de que muchos de los que alegan eso no tienen problemas en compartir las imágenes de las víctimas de otro tipo de "violencias". Esto de la indignación va por barrios ideológicos y en función de la simpatía que sintamos no ya por las víctimas sino por los asesinos, que en el caso del terrorismo salafista es mucha. Pero, como comprenderán, el periodismo no puede regirse por los caprichos éticos del concienciado de turno, sino por reglas generales aplicables a todo tipo de víctimas y sean quienes sean sus verdugos. O todos Aylan o todos turistas de la Rambla.
Más interesante es el debate acerca de lo que aportan esas imágenes a la comprensión de la noticia. Aquello de "yo ya sé lo que es un atentado sin necesidad de una foto de las víctimas". Entiendo que los partidarios de la respuesta "esas imágenes no aportan nada" no hacen jamás fotos o vídeos con su móvil, sino que escriben detalladas y floridas descripciones del paisaje en su aplicación de notas. Que los selfies se los redactan sobre un papiro y con una pluma de cisne. Que no tienen televisor porque para qué. Que no ven porno, sino que lo leen. Que no van jamás al cine porque se contentan con la descripción de la película que les hacen sus amigos. Y que nunca miran las fotos de los productos que compran en Amazon porque con las críticas del resto de usuarios van sobrados.
También deben de desconocer que el método natural por el que los seres humanos aprehendemos la realidad es la vista y no sistemas de representación gráfica abstractos como la escritura. Porque el ojo tiene cientos de millones de años de evolución a cuestas y la escritura, apenas cuatro mil. Somos seres eminentemente visuales y si no se entiende esto, apaga y vámonos. Lo de “una imagen vale más que mil palabras” no es cuñadismo sino ciencia de la información.
También desconocen que el periodismo no puede formar parte jamás de ese proceso de infantilización que pretende convertir a los ciudadanos occidentales en adolescentes gimoteantes aislados del mundo real y protegidos de cualquier tipo de molestia. Quizá la publicidad y la casta política nos quieran borregos, consumidores, acríticos y sentimentaloides. Sobre todo sentimentaloides. Pero la obligación de la prensa es mostrar siempre hasta dónde han llegado las aguas de la incompetencia criminal de los que nos gobiernan.
Finalmente, permítanme que les diga que no hay nada más pornográfico, repulsivo, insensible, infantil y humillante para las víctimas que colgar fotos de gatitos cuando estas yacen atropelladas por una puñado de salvajes en las calles de nuestras ciudades.
El tercer debate, y el más absurdo de todos ellos, es el que hace referencia al periodismo en sí. La plantilla de esa crítica es la frase "ahora va a resultar que un periodista sabe más de X que un experto en X". Obviamente, un periodista no sabe más de astrofísica que un astrofísico, ni de fuego que un bombero, ni de atropellos que un imam. Pero es que nadie ha dicho nunca que la función del periodismo deba ser saber más de todo que todo el mundo. Ni que fuéramos enciclopedias.
Lo que sí sabe el periodismo es qué preguntar, a quién, cómo y cuándo. Y sabe, sobre todo, comunicarlo de la forma más eficiente y eficaz posible. Todo el que compare un texto periodístico cualquiera con un atestado policial, una sentencia judicial, un manual de economía marxista o el folleto de una exposición de arte entenderá quién sabe comunicar información y quién sería incapaz de comunicar una sencilla lista de la compra.
Curiosamente, la única crítica que sí debería habérsele hecho al periodismo (sus prisas por competir en inmediatez, rumorología e incultura con las redes sociales) es la única que no hizo prácticamente nadie. Con la honrosa excepción de siempre que me voy a ahorrar citar porque todos sabemos de quién hablo.