Soy la socia número 8955 de un club privado con sede en la plaza Santa Ana cuyo nombre (el del club) empieza con la letra A que realiza interesantes actividades insólitas. La semana pasada estuve en una Cena a Ciegas. ¿Cómo se come eso? Pues con antifaz y poco menos que con las manos. Lleva la voz cantante un psicólogo de la ONCE que es el único que “ve” los platos que van desfilando por la mesa, y que constituyen un reto al paladar y a la imaginación. Hay sabores muy familiares, que los tienes en la punta de la lengua, pero que inexplicablemente de ahí no pasan. No es tan fácil reconocer una astuta punzada de chocolate blanco mezclada con… ¡caviar! O distinguir un vino tinto del blanco si te los sirven los dos en copas idénticas y a la misma temperatura…
Es sorprendente cómo cambian o parecen cambiar las cosas a oscuras. O a lo mejor los que cambiamos somos nosotros... Si la Cena a Ciegas es lo suficientemente grande, si la mesa está lo bastante concurrida, el abanico humano que se despliega no tiene fondo ni fin. Uno tiende a “ver” o a “adivinar” no tanto en función de lo que de verdad tiene delante como en función de lo que uno siente o es... Somos, por encima de todo y por debajo, primera persona. Desatada y a veces desamparada subjetividad.
Estuve a punto de perderme esta Cena a Ciegas en mi club (cuyo nombre continúa por la letra R) porque ese día tenía mucho trabajo relacionado con lo de siempre, con el 1-O dels nassos. Milagrosamente conseguí llegar a tiempo y hasta relajarme. Por supuesto no tanto como para que las tensiones periodísticas, ciudadanas y nacionales acumuladas siguieran dando vueltas en la cementera de mi cabeza.
Sentada en mi club (la tercera letra de su nombre es la G) con los dedos embadurnados de chocolate y frutos del bosque me dio por pensar qué pasaría si con esto del procés se pudieran hacer también catas a ciegas. ¿Se acuerdan de cuando el voto era libre y era secreto? Eso ya no es así ahora mismo en Cataluña. O mejor dicho, hay gente poniendo todo de su parte para que no lo sea. Para que ir o no ir a hacer como que juegas a votar como quien juega a los médicos, ir o no ir a intentar meterle mano a algo que te dicen que es una urna, pero podría ser un cucurucho de pipas o la pecera del vecino, no sea un acto secreto y mucho menos libre. Para que quedes retratado nada más poner o no poner el pie en el Ayuntamiento o en el colegio. Sobre todo en la miríada de pueblecitos pequeños donde todo el mundo se conoce aunque en momentos así no siempre se quiera reconocer. Que el otro que no piensa igual que tú es también un ser humano.
Me vuelvo a mi club (cuyo nombre definitivamente acaba con la letra O) y me pregunto pues eso, si cada cual no ve y vive el procés no en función de lo que es el procés mismo, sino de cómo somos todos y cada uno. Decían hace tiempo en Euskadi que lo de menos, en realidad, era la independencia. Que lo que se ventilaba era otra cosa. La génesis misma del rencor. ¿Habremos vivido sólo para esto, para sacarnos los ojos? Casi mejor cerrarlos y ya está.