Una persona muy cercana a mí y su hermana discapacitada heredaron una casa. No era nada del otro mundo: la vivienda que había pertenecido a sus abuelos, dos personas humildes, un carpintero y una costurera, que tampoco pudieron darse muchas alegrías. Pero, por esas cosas de la vida, aquella casa pequeña y modesta, con una huerta diminuta, estaba en una zona que se había revalorizado, así que un comprador les ofreció ciento veinte mil euros por ella. Ninguna fortuna, claro, pero los propietarios viven de sus pensiones, que no son muy boyantes, y aquellos sesenta mil euros por cabeza les iban a servir de mucho. Así que se las prometieron muy felices hasta que un grupo “okupó” el inmueble. Por supuesto, sus dueños acudieron a la policía, que les informó de que poca cosa se podía hacer.
Uno de los agentes, cuando salían, les aconsejó llamar a alguien capaz de “convencer” a los intrusos de que era mejor para su integridad que se largasen de allí por las buenas. Pero estas dos personas, una discapacitada y un jubilado, son gente de orden, que cree en las leyes, en la justicia, en la protección del estado, y ni se plantearon contratar a unos matones.
Una semana más tarde, los okupas hicieron fuego en la casa, se despistaron y el edificio ardió, llevándose por delante cien años de historia familiar y la posibilidad de dos personas modestas de mejorar un poco sus condiciones de vida. La casa, declarada en ruina, perdió su valor, y sus propietarios recibieron cinco mil euros a repartirse entre los dos.
Es una historia rigurosamente cierta, pero hay miles como esta, muchas bastante más dramáticas: la de la anciana que se va de viaje con el Imserso y al volver se encuentra su hogar lleno de macarras que la amenazan, la del hombre que pasa unos días cuidando a su hermano enfermo y cuando regresa su piso ya no es suyo… Luego tenemos también la de los terroristas que okupan el chalet de un banco y allí preparan un atentado sin que nadie les moleste, porque a los que se meten por la cara en casa de otro hay que dejarlos tranquilos, no te vayan a acusar de oligarca.
En otros países la gente pone cara de loca cuando le cuentas que en España una persona puede instalarse en una casa que es tuya y tardas meses en que la ley la expulse. Y eso es lo preocupante: que la ley, en este caso, se pone de parte del malo, sea un antisistema decidido a vivir a cuenta de otro o un terrorista que quiere volar la Sagrada Familia.