Hace meses unas cuantas excompañeras mías de clase de cuando yo estudiaba EGB montaron un grupito de esos de whatsapp con el noble ánimo de reencontrarnos todas en una cena fraternal. Yo a la fraternal cena no podía ir porque era en Cataluña, donde yo viví de pequeña y donde siguen viviendo casi todas ellas de mayores. Pero me gustaba estar en el grupito de whatsapp. Acordarme de esta y de aquella, ver las fotos de nuestros tiernos años de colegialas, sorprenderme de cómo ha acabado de jefa de una multinacional la que menos te lo habrías esperado, asombrarme de que justamente Fulana sea hoy madre provecta de cuatro hijos…
Iban y venían mensajes de esto y de lo otro, todo normal. Hasta el atentado de las Ramblas. Ahí empezó el tema a hacerse mucho más estrecho y más angosto. Mucho más monotema. Conste que se comprende que bajo el impacto de una matanza así… Pero es que pasaban los días, y las manifestaciones, y aquello ya no tenía pies, cabeza ni retorno.
Yo al principio colaba, muy espaciada y esquinadamente, algún que otro mensaje. Dejé de hacerlo cuando me di cuenta de que todas las demás (y cuando digo todas, digo todas…) hablaban de lo que hablaban como nunca lo haría yo. No voy a aburrir al personal ni a traicionar la confianza de unas comunicaciones en el fondo privadas, o semi, revelando frases textuales. Baste decir que de repente me di cuenta de que absolutamente todas mis antiguas compañeras de clase, de la primera a la última, eran, son, no ya partidarias furibundas del referéndum del 1-O, sino que no les entra en la cabeza que alguien no lo pueda ser… y seguir perteneciendo a un género humano más o menos normal.
La que fue mi mejor amiga un rato, cuando yo tenía diez años, reenvía toda jocosa el siguiente chiste hecho, que no ideado por ella misma. Va en viñeta prefabricada que hace que no me sienta mal reproduciéndolo. Se refiere a Miquel Iceta, líder de los socialistas catalanes y homosexual notorio. Traduzco del catalán: “Señor Iceta, antes de la despenalización de la homosexualidad, ¿usted se mantenía legalmente casto? ¿O desobedeció? ¡Ay, pillo!”.
Recuerdo que una vez un indepe irredento me escribió en Twitter que se avergonzaba de haber sido compañero mío en el instituto. A mí me pareció un sentimiento inhumano… que mira por dónde, se parece al que yo experimento ahora. Pasando por alto el lamentable componente homófobo del chistecito, ¿nadie se da cuenta de cuando escribe o “pasa” por la red una gilipollez? Si hablan de la despenalización del matrimonio gay, ¡por supuesto que Iceta se mantuvo soltero hasta que lo legalizaron! Nadie ha descubierto todavía la manera de casarse ilegalmente (aunque de votar, los más creativos sí…). Otra cosa es que fornicara sin votos matrimoniales, claro. Pero en eso la ley de aquí no se mete desde hace mucho, mucho tiempo. Y es que si hablamos de otro tipo de despenalización de la homosexualidad, ¿no nos hemos equivocado de época o de país?
No hay soledad más triste que la del sentido común. Que una cosa es no estar de acuerdo y otra no tener de donde agarrar para pensar algo juntos. O para pensar cada uno por su lado. O para simplemente pensar.