El gran problema está en que el Estado español no puede dejar impune que se rompan las leyes que lo sostienen, por un lado, y que aquellos que las incumplen tienen cientos de miles, sino millones, de incondicionales que respaldan que, precisamente, rompan esas leyes, por otro. ¿Cómo se armoniza semejante escenario? ¿Cómo se sale de este disparate? Quién sabe, tal vez no se salga ileso.
No extraña que el ex presidente Felipe González afirme que el 1 de octubre es lo que más le ha preocupado en España en cuarenta años, si bien habría que analizar cuánto ayudó su partido, cuando estuvo en el Gobierno, a llegar a este infausto lugar con tan compleja e improbable escapatoria.
No extraña tampoco que hasta Donald Trump se refiera a Cataluña, y señale que prefiera una España unida. No es que sea la más autorizada de las voces, pero algo hará, habrá pensado Rajoy, cuando estuvo a su lado.
No se va a celebrar el referéndum. O sí. Quizá sólo el picnic, con colas monumentales y tensión también monumental. Pero ocurra lo que ocurra, no va a ser bueno. El independentismo catalán está en sus máximos, al menos a nivel de decibelios; el nacionalismo español, también, a juzgar por cómo salen, jaleados y escoltados por fervientes seguidores, los guardias civiles desde sus plazas habituales hacia Cataluña. Ni que fueran a la guerra. Aunque, pensándolo bien, sí que van a defender una única España, enfrentada por obligación a quienes la desafían desde, quién sabe, tal vez la futura república catalana. Quizá sea solo cuestión de tiempo.
Tiempo es lo que ha faltado. O voluntad. O las dos cosas. Pero el choque de trenes, al final, después de tantas alarmas, se anuncia -por fin- para este fin de semana. Lo avisaban unos, lo advertían otros. Nadie hizo nada, o no se hizo lo suficiente, y ya está aquí. El crash de 2017.
No se acabará el mundo. Cierto. Porque solo se acaba para los que mueren. Y ni siquiera estos sabemos a dónde van. Los demás, mientras nos dejen, por aquí seguimos. Algunos, luchando por un mundo mejor, como hace Lisa Miara a través de la fundación Springs of Hope, que auxilia a numerosos y desolados refugiados en el norte de Iraq. Otros batallando por hacerlo peor, secuestrando a niñas en las aldeas y destrozando vidas, como hace el grupo yihadista Boko Haram en Nigeria.
Y nosotros, en nuestro minúsculo territorio peninsular, peleándonos, la mayoría sin pretenderlo, sobre si establecer o no fronteras entre Teruel y Tarragona; discutiendo, con cada vez mayor acritud e irritación, sobre si constituimos uno o dos -¿acabarán siendo tres?- Estados.
El diálogo resulta esencial, defiende, más equidistante entre Madrid y Barcelona de lo que querrían los constitucionalistas, el prestigioso The Economist. Pero, ¿cómo hablar, si nadie escucha?
No, no va a ser fácil salir indemnes de este nuevo crash, tan diferente al del 29. El norteamericano, en octubre de aquel lejano año del siglo pasado, dio lugar a la Gran Depresión, y transformó decisivamente a Estados Unidos. El nuestro, al comienzo del próximo octubre, amenaza con transformar también eso que somos. Quizá, para siempre.