Hace dos días, los tuiteros españoles se encontraban con un mensaje muy particular: el lanzado por un tal Antonio Sánchez, supuesto embajador de Cataluña ante el Gobierno de Estonia, que reaccionaba así al cese del Gobierno Puigdemont: “Rajoy, legalidad la que tengo aquí colgada. Como delegado de Catalunya en Estonia te digo que o vienes en tanque o la embajada ni tocarla”.
Busquen las reacciones al abrupto tuit y llorarán de risa: “Ya saldrás cuando te corten la calefacción”, “una llamadita y el presidente de Estonia te saca de una patada”, “verás en cuanto te dejen sin sueldo qué chulo te pones”. Evidentemente, la cuenta era falsa, pero la dieron por buena hasta tuiteros muy avezados. El disparate de los separatistas es tan inmenso que nos parece perfectamente posible que un presunto diplomático use maneras de macarra. Cosas más raras se vieron en PuigdemontLand, en esa Narnia de estelada que duró menos que un suspiro, en la tierra prometida de la CUP.
Uno se ríe con ganas hasta que recuerda que la mamarrachada de las embajadas en el exterior costó muchos muchos millones: los mismos que no se invertían en hospitales, en becas de comedor, en guarderías. Lo malo de este delirio de pandereta es que se paga con dinero, y que los separatistas tenían un puñado de acólitos pululando por el mundo, predicando el credo indepe a costa de los impuestos de todos: tenían presupuestos de siete cifras pero lloriqueaban eso de “Madrid ens roba”.
Hay que reconocer que el trabajo de Diplocat -que hubiese detenido en seco cualquier gobierno con dos dedos de frente– ha sido bastante bueno. Es cierto que ayudó el que el servicio exterior español –considerado de los mejores del mundo– lleve años ignorando sistemáticamente la amenaza separatista, minimizando su peligro y soslayando la frenética actividad de todos los bien pagados pseudoembajadores que andaban por distintos países hablando de la república catalana. A buenas horas le iban a hacer una cosa así a una Merkel o a un Macron. A buenas horas le montan a ellos una patochada diplomática. Pero, ay, aquí teníamos a Rajoy o a Zapatero, uno acostumbrado a mirar hacia otro lado para evitar los problemas, el otro sonriendo beatíficamente y hablando de paz y amor y otras hierbas.
Ahora, si no queremos llorar, debemos leer los tuits con los que la galaxia de las redes sociales contesta al falso embajador en Estonia. La risa es lo que nos salva. Siempre queda el derecho al pitorreo.