Sucedió en 2012, frente a la isla italiana de Giglio. Un crucero, el Costa Concordia –un monstruo de más de 100.000 toneladas, 17 pisos de altura y 290 metros de longitud, y en el que viajaban 4.229 personas– se hundió a apenas 150 metros de la costa de Livorno. Murieron 32 personas, pero la tragedia no pasó a la historia sólo por el número de víctimas, sino por la actitud del capitán de la nave, que la abandonó en cuanto ésta comenzó a escorarse abandonando a su suerte a la tripulación y a todo el pasaje.
Francesco Schettino se convirtió en cuestión de horas en un personaje de la historia universal de la infamia: el implacable código del mar dice que, en caso de naufragio, el capitán tiene que ser el último en abandonar el barco. Schettino se marchó en cuanto las cosas se pusieron feas. Quizá si hubiese permanecido a bordo durante las labores de evacuación, la tragedia habría podido atenuarse. En cualquier caso, la cobardía de aquel botarate quedó expuesta al mundo gracias a las conversaciones mantenidas con la capitanía de Livorno, en el que un guardacostas exhorta a Schettino a volver a bordo para coordinar el rescate: “Por favor… por favor…”, contesta él. Su interlocutor acaba diciendo: “Escucha, Schettino, quizá te has salvado del mar, pero te haré pagar por esto. Maldita sea, vuelve a bordo”. Recordaba ayer a Schettino cuando pensaba en Puigdemont, que, como él, abandonó el barco en cuanto empezó a hundirse.
Dos mil empresas se habían ido de Cataluña, el paro empezaba a crecer, la sociedad era un olla a presión y la justicia había empezado su lento pero inexorable camino. Igual que Schettino, Puigdemont buscó un vehículo y se largó. Atrás quedaba, hundiéndose, un tinglado del que ambos eran enteramente responsables. Si Schettino hubiese permanecido a bordo, posiblemente el drama se habría atenuado. Si Puigdemont no se hubiese dado a la fuga, a lo mejor la resolución judicial que llevó a la cárcel a sus compañeros habría sido distinta. Pero, como Francesco Schettino, el expresident sólo pensó en su propia suerte. Estos días repite que quiere participar desde Bruselas en la campaña electoral catalana, de la misma forma que el capitán del Costa Concordia intentaba convencer a Capitanía de que estaba coordinando desde tierra firme las labores de rescate: “ ¿Qué está coordinando ahí? ¡Vuelva a bordo y coordine el rescate a bordo!”.
Cinco años después, el capitán cumple condena en prisión y arrastra sobre el ánimo el reproche moral del mundo entero. Alguien debería contar esta historia al expresident: no se puede escapar siempre. Pónganle el audio de aquella noche, frente a la playa de Giglio, en el que un hombre justo le dice a un cobarde “quizá te has salvado del mar, pero te haré pagar por esto”. Maldita sea, señor Puigdemont, vuelva a bordo.