Con la retirada de las órdenes internacionales de detención contra Puigdemont y el resto de huidos en Bruselas, el juez Llarena da opciones a una solución balsámica del aspecto más llamativo de esta crisis: la posibilidad cierta de que personas pudientes de la burguesía catalana, que se metieron en política al calor de las canciones de Lluís Llach y el 3%, acaben sus días dedicando más tiempo a denunciar las condiciones de las cárceles españolas que la subyugación de su malograda República.
Existe controversia sobre si la decisión del magistrado del Tribunal Supremo responde a una lógica procesal o más bien política, pero lo que parece poco discutible es que permite una salida airosa a todo el mundo. Bueno, menos a los tontos útiles y las víctimas colaterales del procés.
A partir de ahora el ex president, más hábil en su condición de prófugo que como arquitecto de la independencia, puede pasear cuanto guste por Bruselas, los Cárpatos, o el confín caribeño que más le plazca, que no será perseguido fuera de España.
La Justicia le pone puente de plata para que no cometa la estupidez de volver a un país que odia, lo cual supone algo así como la certificación vitalicia de su estatus de exiliado además de un regalo envenenado para la ANC y Òmnium, hipotecadas en el deber patriòtic de su manutención. Ya hubiera querido Tejero la tercera vía de un destierro a cargo de Falange Auténtica o cualquier organización político-civil de ex combatienes o maestros nacionales en lugar de chuparse la tira de años pintando óleos horribles para matar el tiempo.
Va de suyo que la salida dada a Puigdemont y los prófugos puede servir a los ex consellers recién excarcelados si tienen la audacia de marcarse un deprisa deprisa. Tiempo tienen para transferir bienes y fondos a su familia y amigos, que para burlar de nuevo a Zoido, Soraya y Félix Sanz no tendrán demasiados problemas. Cosa distinta será zafarse de Montoro, si hay orden de expropiación, pero de algo habrá servido la escuela de los Pujol.
El asunto es que, como tener a gente presa si no median delitos de sangre es ingrato y muy caro, quizá Llarena haya hecho un favor a todo el mundo, salvo a rigoristas del Código Penal, los Jordis, Oriol Junqueras -que al decir de Tardà "ha adelgazado en Estremera"- y el ex conseller Forn, a quien se le está poniendo por momentos cara de arrepentido, de boqueras y de chivata porque no quiere comerse los turrones en el maco.
Un amigo convicto ya fallecido siempre decía que lo que más recordaba de las Navidades en la cárcel era lo duras que estaban la peladillas y el trasiego de unos farias resecos, obsequio de Tabacalera, que los internos se jugaban al julepe porque no había modo de fumárselos.
-¿Y eran muy duras las Navidades en la cárcel, Chema?
-Bueno, mejoraban los menús y como llegaban muchos paquetes y los funcionarios andaban achispados, entraba de todo: el capellán se empeñaba en ponernos villancicos, pero acabábamos to puestos cantando rumbas y gritando “¡Pan con queso y libertad pa to los presos!”.
Pues eso. Pan con queso.