Escribo estas líneas mientras atisbo todo el follón en el Museu de Lleida por las obras de Sijena. Tema feo. Si uno busca informarse sobre los orígenes del contencioso, sobre quién tiene más o menos razón –sentencias judiciales aparte, lo cual ya se sabe que no es moco de pavo…– se encuentra cada vez más perdido dentro de un laberinto de cristal.
Toda la carga de la indignación se bambolea según nos fijemos en cómo y por qué salieron las obras de un sitio para llegar a otro. Para unos, el gobierno catalán se atravesó esforzado entre el arte sacro y los furores anarquistas, salvó lo que abandonado a su suerte no habría tenido salvación y además se ha gastado un Potosí (bueno, una Andorra…) en restaurarlo, en mimarlo y en cuidarlo.
Para otros, lo que de verdad hicieron los catalanes en Sijena fue aprovecharse de la guerra civil primero, y de la penuria económica de las monjas del monasterio después, para llevarse por cuatro perras un tesoro y no devolverlo jamás. De acuerdo con esta última versión, las 44 obras en disputa serían a Sijena lo que los famosos papeles de Salamanca a Barcelona. O las joyas de arte helénico y egipcio que relumbran alegre y colonialmente en los museos de Londres, París y Berlín…
La rapiña artística tiene algo que conmueve hasta las conciencias más espesas. Muchos de los que ayer tuvieron que ser dispersados a las puertas del Museu de Lleida ni se plantean pasar una hora de su vida admirando cajas sepulcrales de siglos pasados. Pero también en la película de The Monuments Men, basada en un libro y en hechos reales –y deliciosamente protagonizada por George Clooney…– la gente mata y se deja matar por una Madonna de Miguel Ángel, no siempre porque sean unos entendidos o unos estetas. Gentes sencillísimas, con poca o nula instrucción, estuvieron dispuestas a todo por proteger lienzos y pedruscos sólo porque alguien les había dicho que encarnaban “el honor de Francia”… O de donde sea.
The Monuments Men cuenta la epopeya, real, de un comando de rescatadores artísticos creado por los aliados para poner a salvo los tesoros del arte occidental, primero de Hitler y luego de Stalin. La lucha culmina en una recóndita mina de sal en Austria.
Volviendo a lo nuestro: ¿no es la mayor prueba de la aberración nacional que vivimos aquí, que se monte la que se ha montado por si las obras están en Lleida o están en Huesca? ¿Qué terrible frontera, sima o abismo de civilización parte en dos la Franja? Hasta para los indepes más rancios, todo lo que sea o haya sido Corona de Aragón debería ser como quedar en casa…¿no? Los chicos de George Clooney se jugaban la piel frente a enemigos mucho más endiablados y exóticos. No era una reyerta de vecinos elevada a choque de civilizaciones. Qué pena. Y qué vergüenza.