Llegamos, exhaustos, al final del cuento catalán que tantísima crispación ha causado este año que ya termina. Pero, a pesar de haber alcanzado el lugar exacto al que nos envió el Gobierno central tras la asombrosa ficción de quienes mandaban en el Govern, en realidad parece improbable que este sea, efectivamente, el final.
El 21-D amanece con el ex president huido, el vicepresidente en una cárcel madrileña, el 155 vigente y, lo que es aún peor que todo eso, con escasas expectativas de encontrar una solución estable a esta comprometida encrucijada. Los bloques siguen ahí; uno y otro, casi exactamente donde estaban en el efervescente octubre de la DUI, y poblados, más o menos, de modo similar. El que obtenga más escaños en esta fecha histórica lo hará por un margen mínimo.
Si lo hacen los independentistas y conquistan más apoyos de los previstos habría que replantearse todo el escenario, incluidas las normas esenciales que lo rigen. Será que, en verdad, los catalanes prefieren, mayoritariamente, no someterse a ellas. La perspectiva de un 155 permanente y un Govern en suspenso parece del todo desalentador: en ese caso, sería razonable diseñar un planteamiento ambicioso, de notable envergadura política, que gestione el comienzo de una nueva etapa.
Si son los constitucionalistas quienes obtienen la victoria en votos y en escaños, y lo hacen con cierta holgura, es posible que con Arrimadas de presidente empiecen a cicatrizar algunas de las heridas, esas que dijo el ex ministro Borrell que había que desinfectar antes de cerrar; y puede que entonces prospere un escurridizo sendero que conduzca hacia la serenidad social y la estabilidad parlamentaria.
Si es Catalunya En Comú-Podem quien tiene la llave, quién sabe qué sucederá; seguro que algo imprevisible, que es lo único que puede esperarse de una coalición transversal de los asociados de Iglesias -este ya sin magia alguna- con unos socios extraños e improbables liderados por ERC.
Pero Iceta quiere otra cosa, y ya baila, con las fiestas navideñas a la vista, para ser el único presidente constitucionalista posible; eso, uno independentista o repetir elecciones, continúa el líder socialista anunciando como únicas alternativas, con la lección electoralista aprendida y la esperanza de que una carambola lo eleve a la presidencia de la Generalitat.
El líder del PSOE hace números en función de las últimas encuestas pero estas no hacen sino fallar estrepitosamente. Ya nadie las cree, por muy elaboradas que parezcan. En estos últimos tiempos han errado demasiado. Será que a muchos de los encuestados les avergüenza decir a quien votan. Por culpa, por supuesto, no de esos a quienes preguntan, sino de aquellos a quienes votan.
Y es que el lugar político en el que se encuentra Cataluña, con el resto de Europa observando, genera abatimiento e inquietud. Y agota, por supuesto, al electorado. Al convocado, más de 5,5 millones mañana, y al que desde otros puntos del país vigila, impaciente y alterado, lo que allí sucede, consciente de sus imperativas consecuencias en todo el Estado.
Mientras, la hija de dos años de Oriol Junqueras, Joana, se preguntará dónde está su padre estas Navidades. Iceta amagó con el indulto, pero le cayeron tantas críticas de soberanistas y constitucionalistas que, tras el revuelo, frenó su propuesta. Junqueras sigue en la cárcel. La reconciliación entre catalanes difícilmente puede darse si el líder de al menos una buena parte de ellos alberga un futuro restringido a la paredes de una en prisión de Madrid.
El 21-D determinará qué va a pasar con Cataluña, y con España, a partir de este mismo fin de semana. También, será decisivo para que Neus pueda decirle Joana cuándo cree que su padre podrá regresar a casa.