Mucho se ha hablado estos días de la debacle del PP catalán. Lo cual, para mí, equivale a pontificar sobre el peligro de extinción de la sardina manchega. O del dinosaurio del futuro (¿el que seguía allí al día siguiente del 21-D?...). Vamos a ver: Mariano Rajoy tendrá más enemigos, externos y sobre todo internos, que púas un puercoespín. Ganas de apearle de la presidencia del gobierno y del partido hay en las mejores familias empezando por la suya. Y malamente se podría calificar de éxito resonante lo acaecido en Cataluña tras décadas de dejadez y la aplicación tarde y mal del artículo 155. Sin duda en el frente catalán Rajoy no ha triunfado. Pero, ¿quién del PP lo ha hecho jamás?
Poco más se podía y se puede hacer a estas alturas que sacar un largo puro y fumárselo a la espera de que las clamorosas contradicciones del independentismo lo hagan trizas, de paso que trinchan un poco más la prosperidad y la cohesión social catalanas. ¿O es que alguien propone sacar apresuradamente a todos los reos de delito de la cárcel, darle un pasaporte diplomático a Puigdemont y poner a Moragas a copiar cien veces “Setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat”? La política puede ser de ida y vuelta, la ley no. Sólo cabe cumplirla, y que sea lo que Dios quiera.
Para ir concretando y concluyendo: la crisis del PP catalán no tiene tanto que ver con una mejor o peor gestión de la crisis separatista, como en la pésima gestión de la verdadera naturaleza del propio partido. Del propio PP. Hace muchísimo que los populares abandonaron Cataluña como campo de juego político. Lo hizo José María Aznar (el mismo que ahora tanto critica…) cuando sirvió la cabeza de Alejo Vidal-Quadras y muchas delicatessen más en bandeja a Jordi Pujol a cambio del pacto del Majestic. Lo hizo Ángel Acebes cuando abortó el intento de Josep Piqué de hacer creíble un PP catalán, catalán. Alicia Sánchez Camacho sacó el mejor resultado y de repente ya no estaba. Xavier Garcia Albiol vale para lo que vale, es a la política lo que Clemente al fútbol o Alberto Chicote a la cocina: pedirle que apunte otras maneras es caparle y era mandarle a morir.
Mucho antes de pasar todo esto que ahora pasa, escuché yo las siguientes palabras de boca de un antiguo ministro del PP: “En Cataluña todo lo que haces mal te pasa factura y todo lo que haces bien se lo apuntan los nacionalistas, con lo cual lo mejor es no hacer nada”. Consciente o inconscientemente la cúpula popular ha venido aplicando a rajatabla este principio. Cataluña era un vagón abandonado, una alcoba vacía, un armario cuya llave no se ha vuelto a encontrar nunca.
El verdadero pecado del PP en Cataluña fue de falta de humildad. Incapaz de arreglárselas para articular un discurso bífido como el PSC-PSOE, que dice blanco en Barcelona y negro en Madrid y se queda tan ancho, declarado partido non grato en Cataluña -la malhadada reforma del Estatut se plantea a mala leche como una expulsión del PP del mapa político catalán: después pasa lo que pasa-, con los vagones en círculo, rodeado por todas partes por los indios y con toda la pólvora mojada, se tenían que haber rendido hace tiempo. Tenían que haber admitido que el trabajo que ellos no pudieron, no quisieron o no supieron hacer lo desempeñaban con desparpajo y con éxito un tal Albert Rivera y una tal Inés Arrimadas. Igual que un torero viejo da la alternativa al nuevo, ellos (y la parte del PSC que todavía recuerda haber jurado defender la Constitución) debieron tener la gallardía de dar un paso al lado y dejar “hacer país” -como Pujol, pero a la española- a los que tienen talento para ello. En vez de eso, multiplicaron la arrogancia, el desprecio, la distancia. Demonizaron a Ciudadanos casi tanto como los indepes, que ya es decir. Y así de entretenidos estamos.
Yo creo que pecan de extravagante júbilo los que ya dan por hecho que Ciudadanos va a barrer al PP en todas las circunscripciones de España como lo ha hecho en Cataluña. Pero allí, lo que es allí, tanto el PP como el PSOE sin legañas deberían ponerse a disposición, no a zancadillear. Igual esta es la mejor manera de empezar a enderezar el rumbo de la nave. Y de la flota entera.