Ada Colau habla de "dignidad" en el plante al Rey, tras un tiempo de sombra en el que hizo buena aquella máxima de que "la lengua es un caudal sabiéndola manejar". Ada es ella y sus silencios bilingües, y sus concejales postperonistas que tienen el Twitter como herramienta freudiana de construcción nacional.
En este tiempo Colau ha ejercido la mojigatería con fondo indepe, esa que tanto gusta a Évole y a sus iguales. Colau, sí, que se nos disfrazó de blanco/parlem un sábado de sol y octubre por justificar ante Tractoria el sueldo, la diarrea ideológica, y quedar después como pacificadora de este conflicto insulso que -en teoría- ni le tenía que ir ni que venir.
Colau sabe que ahora la mira el mundo entero con el conciliábulo este de los telefonitos, el MWC, pero ella es la regente de la cosa municipal y cualquier jaleo le sirve para internacionalizar el conflicto y que los presos del lacito y del golpismo vuelvan a casa por el día de San José: con una pensión vitalicia y una calçotada popular como homenaje y desagravio.
Colau ha elegido la "lucha social de su tiempo" (sic); si antaño ella era la musa y el altavoz en los desahucios del cinturón rojo de BCN, ahora, en su madurez moral y romántica, su papel como alcaldesa va de lo cutre a los Jordis. Un ayuntamiento como lanzadera. Algo contó de sus mocedades sexuales, pero es un exotismo simpático que añadir al relato de su biografía en la que vimos claro que un megáfono y dos desahucios te aúpan a una alcaldía grande y mediterránea.
Su cometido iría del ibi a las basuras, desvivirse por la felicidad de sus ciudadanos y visitantes, procurar que la ciudad, como en el 92, redescubriese el Mediterráneo. Pero este fenotipo -ya visto- de las activistas pide su cuota en la Historia y la cantinela soberanista les vale para intentar auparse al carro de la posteridad con cargo a las cuentas municipales.
A Colau la vemos contradecirse en el circo de Ferreras con prosodia de monja y un humo estelado en lo discursivo. No importa. Un desplante al Rey, en esos códigos que manejan Inmaculada Colau y los suyos, viste mucho, supone un heroísmo y ayuda en su afán de disfrazarse de princesa de la paz y la palabra.
Colau se presenta como un zapaterismo estelado que sube el azúcar en cada bando municipal. Entre la perfomance y la labor de sus concejales más argentinamente preclaros se va creyendo digna. Como Torrent, solemne en su ningún cometido.
Un señor de una multinacional telefónica que ha leído algo del prusés, pone los pies en El Prat y piensa en un cuadro de Goya, ve la cosa más clara en Taiwan. Pero sabemos que Colau es republicana, y eso nos reafirma en nuestros compromisos de catalanismo, sororidad, ciudades del cambio y tal...