La corrección política lleva a formas de precipitación absurdas. Esta semana fotografiaron a Jennifer Lawrence con un vestido escotado rodeada de tíos con chaqueta, y las feministas de carnet en la boca salieron clamando por semejante prueba de sumisión sexista. Lawrence les contestó diciendo que había posado sin abrigo porque llevaba un vestido precioso y no le daba la gana de tapárselo con una manta zamorana.
Luego vino el disparate de Arco: había unos cuadros con políticos presos y en IFEMA pidieron que los quitaran. Es una pena que la galería no demostrase un poco más de redaños para ahorrarnos el bochorno: les aseguro que si yo llego a ser la galerista, me descuelgan los cuadros con una orden del juez, o allí se quedan.
El siguiente capítulo de censura es el de Colau y compañía con la presencia del Rey en el Mobile World Congress. La alcaldesa ha salido diciendo que no piensa saludarle, menuda es ella, y luego se le unió el palmero Torrent y Puigdemont el fugado, que dice que dará la bienvenida al rey cuando “pida perdón”, lo que permite afirmar que los atracones de chocolate están haciendo mella en las neuronas del prófugo.
Pero dejemos fuera al comedor de mejillones, que ya no es nadie, y cada vez es menos. Torrent, y la alcaldesa antisistema están refrendando lo que sabíamos: una, que creen que las instituciones son suyas. Dos, que les importa una higa Barcelona: ¿creen que los organizadores del MWC estarían muy satisfechos si, ofendida por tanto desplante, la Casa Real decide eliminar de la agenda regia la visita al evento?
A Colau eso le da igual: no se debe a su cargo, sino a su público. Le da igual la ciudad mientras los antisistema le hagan la ola. En el fondo, esta señora no es muy distinta del presidente de IFEMA que pidió retirar unas fotos que le resultaban ofensivas. Unos censuran una obra de arte (o algo así), y otros la visita real. Si Colau pudiese, se cargaría el viaje del Rey como los de IFEMA se cargaron el artefacto de Santiago Sierra.
Sin embargo, podríamos darle la vuelta a la historia y pensar que la presencia regia en Barcelona ha servido para que Ada Colau abdique por unas horas de su papel de alcaldesa, y los separatistas se den mus. Colau, Torrent, el señor de los mejillones y compañía tienen pánico al Rey, a su altura física y ética, a su mano izquierda y al entusiasmo que despierta en una amplísima mayoría de españoles: un discurso de menos de diez minutos sirvió para rearmar moralmente a un país entero y sacar a la calle a más de un millón de personas. Es aparecer el Rey y los antisistema y los separatas se multiplican por cero: no se les escapa que Felipe VI es el alfa y omega de muchos de sus males, el tótem de un país moderno, su peor pesadilla.
Dicen que es un boicot, pero la verdad es otra: Colau y sus secuaces se piran cuando llega don Felipe porque le tienen miedo. Vaya más por Barcelona, majestad, que entre unas cosas y otras les estamos echando de lo que creían que era su cortijo.