No sabemos aún hasta qué punto Ada Colau y Joan Tardà se han implicado en la campaña de “ayuno público y colectivo” que impulsa la ANC en solidaridad con los presos y para denunciar la represión del Estado. Pero conocido su compromiso militante, su vinculación con el mundo asociativo soberanista y su recurrente confusión entre las ostentaciones del procés y el sentir de la calle, no estaría de más estar atentos a la alcaldesa de Barcelona y al diputado republicano para valorar hasta qué punto cala el ramadán separatista.
Citamos a Colau y Tardà por razones de peso que nada tienen que ver con sus fisonomías, por más que coincidirán conmigo en que no debería resultar ofensivo admitir que el ayuno es siempre más meritorio y sacrificado en quienes, por sus hábitos y perímetros, más mortificantes sienten los bocados del hambre.
Además, Tardá y Colau conforman un dueto representativo y paritario de la mayoría institucional de las elecciones de diciembre y ambos encarnan a ese espectro de catalanes que, ya sea por comulgar abiertamente con la secesión, ya porque rehuyen las honduras y odian discutir con los vecinos, están a favor del derecho a decidir.
Por otro lado, ambos políticos son lo suficientemente talludos y populares como para sobrellevar sobre sus estómagos la carga del ayuno y sobre sus conciencias la responsabilidad de no incurrir en gula, no sea que alguien los sorprenda en pecado y ande la prensa española con el chisme a cuestionarles la pureza ideológica.
A media tarde de este martes, la web auspiciada para reclutar a los voluntarios del hambre andaba caída, y los organizadores suspendieron una rueda de prensa explicativa, así que resulta imposible conocer de antemano el número e identidad de los penitentes, así como algunas pautas organizativas básicas. La ANC planteó a mayores de entre 18 y 75 años abstinencias de dos a siete días con ingesta exclusiva de líquidos a discreción. Es decir, los postulados genéricos del insigne Dr. Buchinger y su decimonónico método de autocaptación y autosanación por privación de alimentos que tantos acólitos tiene entre la jet y los snobs, empezando por la familia Vargas Llosa.
A expensas de alguna información sobre esta curiosa huelga, se me ocurren algunas para mejorar y multiplicar el seguimiento y la repercusión de la campaña. Propongo sofisticar el ayuno con los últimos gadgets y aplicaciones del Mobile World Congress, lo cual serviría, además de para reivindicar la catalanidad de raíz nacionalista de la feria, para prevenir vahídos y otros efectos no deseados de los regímenes estrictos: por ejemplo, mediante la monitorización de los anacoretas a fin de medirles al segundo glucosa, peso e índice de grasa corporal.
Además, el seguimiento en directo de algunos biorritmos permitiría prolongar la cuaresma con puntuales degluciones de panellets, carquinyolis, catànies y otras reposterías de la terra.
El Volkgeist separatista ha virado de las estridentes caceroladas a la espiritualidad meliflua de los lacitos amarillos y los ayunos en congruencia con la vocación mesiánica de sus mantenedores. Resulta evidente que Catalonia no es país para obesos.