Hay un feminismo –el que más grita y se quiere adueñar de todo el feminismo– que les niega a las mujeres un derecho fundamental: el derecho a ser de derechas. Y no solo de derechas: incluso de izquierdas, si ese feminismo considera que una mujer de izquierdas no lo es adecuadamente. Prima un propósito de división ideológica. O de moralización, porque en último extremo está hablando de mujeres buenas y malas.
Un ejemplo, menor pero significativo. El año pasado se anunció un congreso de columnistas en cuyo cartel solo aparecían hombres. Algunas columnistas protestaron en Twitter y se pusieron a emitir largas listas de mujeres columnistas... entre las que no había ni una de derechas. Cuando se les indicó, pasaron a incluir a unas pocas; pero lo sintomático fue la tendencia espontánea inicial: ese aportar mujeres no porque sean mujeres, sino porque son buenas mujeres.
Otro ejemplo. Hace un par de años asistí a una mesa redonda sobre literatura. Una de las que intervinieron es una escritora más o menos joven que alardea de feminista. En su turno defendió la literatura escrita por mujeres, frente a los capitostes machos del oficio. Pero se fue enredando, al incluir elementos ideológicos anticapitalistas y anticomerciales, y acabó despotricando ferozmente contra Elvira Lindo y Almudena Grandes. De hecho, su saña mayor fue contra ellas. Que fueran mujeres de izquierdas, que se han abierto paso por sí mismas y triunfado en su profesión, no era, al parecer, suficiente: la escritora que alardea de feminista las juzgaba por una supuesta mácula.
Y qué decir de las que son de derechas o de centro: esas están directamente infectadas. Me llama la atención cómo contra ellas parece que hay barra libre en cierta izquierda para insultar. Lo hemos visto con Margaret Thatcher o Angela Merkel, y aquí en España con Esperanza Aguirre, Rita Barberá, Inés Arrimadas o Cayetana Álvarez de Toledo. La entrevista a esta en eldiario.es, en que tacha la huelga feminista del próximo 8 de marzo de “disparate”, ha sido respondida con tremendas descalificaciones tanto en las redes sociales como los comentarios del periódico. El manifiesto 8-M clama contra “el liberalismo salvaje que se impone como pensamiento único a nivel mundial”. Pero para “pensamiento único”, este que aplasta cual mamut toda objeción, aunque sea razonable.
El problema del manifiesto –y, por lo tanto, de la convocatoria oficial de la huelga– es que mezcla reivindicaciones justas e indiscutibles con razonamientos y tiradas retóricas más que discutibles. La trampa está en que quienes las discutan pasan a estar en el lado malo, aunque sean mujeres.
Especialmente si son mujeres. La ideologización es la nueva coartada para bendecirlas o maldecirlas.