Fue domingo en Barcelona y casi besando la primavera del Domingo de Ramos, que aquí todo hijo de vecino quiere a un mito aupado a un burro y que los libere por siempre. Fue domingo con sol cuando SCC se trajo a Manuel Valls.
Domingo de los que duelen a Tractoria, porque el gentío al solano se le escapa a esa sociologia reduccionista, indepe; la que se le escapa (insisto) al imaginario de esa otra Cataluña en la que Artadi piensa cuando ve que la otra mitad de su negociado le piensa distinto y relativiza el golpismo. Esa otra Cataluña que va y comenta sobre los/sus pantalones ceñidos y las vidas que nos perdona -Artadi- en su infinita misericordia. Porque hay una Cataluña de sol y otra de nublados. En el zurrón moral de quienes salen a la puñetera rúe por las causas más nobles, aún andaba la memoria amarga del Pescaíto, pero la calle empuja a que el sentido común más reciente acabe por ser lema de pancarta.
Estuvo Manuel Valls y fue domingo. En la cosa identitaria que han impuesto los supremacistas de los tractores, aquí Manuel Valls tiene los ocho apellidos catalanes, una mirada europea de las cosas, y un nacimiento en Barcelona que a muchos les escuece las costuras identitarias cuando sale en domingo a pasear.
Y Manuel Valls viene a darnos esa cuota europea de la que el Estafermo es incapaz por palabra, obra y omisión. A los supremacistas les duelen los domingos que salen con más sol que nubes, y más aún si el Girona juega en las horas en que solemnizan a una estatua de un prócer de cuya historia supieron los neosupremacistas ayer y gracias a Sant Google. Que sabemos que en la República esa virtual van saliendo próceres de domingo y de última hora, a razón de los pitidos de las redes sociales. Yo también fui niño de domingo, de novia de domingo, de sol de domingo en el que me manifesté por algo y ni patriotero.
Yo salía todos los domingos hasta que me hice liberal, y me fui más al vermut que a la pancarta. Acaso nosotros salimos de domingo, y era efectivamente domingo, y fuimos a pedir Gibraltar español, el no a la Guerra y un pensión para mi abuelo: que murió en (su) batalla.
Pero vamos viendo que la primavera empieza a reír en Barcelona, que el miedo se va perdiendo porque los jubilados y yo mismo nos hemos dado cuenta de cómo la pensión devino en privilegios nacionalistas. El domingo anduvo Manuel Valls en Barcelona, y eso es lo que nos interesa de aquí a la eternidad.
Fue un domingo que invitaba al baño y al sueño. Aun sin palmas. Hosanna.