Ando con Trías, autor al que leí mucho y que vuelvo a leer. Estoy con sus memorias y con la recopilación de sus artículos entre 2001 y 2013, año en que murió. En febrero se han cumplido cinco. Junto con este libro de artículos, La funesta manía de pensar, viene Sobre Eugenio Trías, un volumen de homenaje con textos de cuarenta amigos más su hijo (ed. Galaxia Gutenberg).
Es ya la mejor introducción a la persona y a la obra del filósofo. Safranski tituló su biografía de Heidegger –que Trías recomendaba– Un maestro de Alemania. Yo podría haber titulado este artículo Un maestro de España, pero no queda bien. Estas cosas siguen sin quedar bien. Pero Trías fue un maestro, un maestro filósofo. Maestro por estimulante y fecundo; y, a diferencia de Heidegger, un maestro de civilización. Yo creo que ha sido lo más importante que le ha pasado a la cultura española en los últimos cincuenta años. Con el tiempo se verá. Cuando vaya decantándose el oro de la época, se verá que es el de Trías.
Cuando yo era estudiante en la Complutense, asistí a una conferencia de Eugenio Trías y me impactó. Salí disparado a hacerme con todos los libros suyos que encontrase. Eran los tiempos de Filosofía del futuro y Los límites del mundo. Leí también los anteriores, desde La filosofía y su sombra. Luego publicó La aventura filosófica y Lógica del límite (y veinte más: los he contado ahora). Por medio de su excelente escritura –una escritura de ideas que no desatendía lo sensible, lo singular– fue erigiendo un sistema filosófico, con las lecciones de nuestra época bien aprendidas: una época reacia a los sistemas.
Su obra, su filosofía, transmite grandeza. De esta noción se habla en la película de Edward Dmytryk de 1957 cuyo título Trías escogió para sus memorias: El árbol de la vida. En ella se dice que quien no la alcanza se convierte en “una mísera e incolora criatura”. Pero todos la pueden alcanzar, porque el ser humano es un sujeto limítrofe, fronterizo, y su propia condición ontológica le brinda el desafío. La condición es no cejar en el empeño. (Como también Fernando Savater indicó: se puede fallar, pero no desfallecer).
Los artículos de La funesta manía de pensar, publicados originalmente en El Mundo y en Abc, se ocupan de los temas que interesaban a Trías: el arte, el cine, la música, la religión, la filosofía (la “pasión filosófica”)... y la política. El arco que estos últimos abarcan induce a la melancolía, sobre todo los relativos al tema catalán. Y eso que Trías se ahorró estos cinco años. Aunque los perfiló en el que escribió en enero de 2013, un mes antes de morir: Comedia triste.
Su clarividencia espanta.
Trías, que se sentía catalán y español, y que tenía una concepción rica de lo hispánico, en la que lo catalán era una de sus modulaciones, saludó la llegada de Pasqual Maragall a la Generalitat; o sea, el fin del gobierno nacionalista. Era finales de 2003. Apenas un año después ya está decepcionado con lo que en la práctica resultó la prolongación del nacionalismo. A partir de ahí, su crítica se vuelve acerada: contra el proyecto de Estatut, contra Zapatero (antes había sido crítico con Aznar), contra el delirio mesiánico de Artur Mas, que fue lo último que alcanzó a ver de la deriva de Cataluña.
En diciembre de 2012 hace una interpretación psicoanalítica: “Nunca como ahora reza el dicho de que entre lo sublime y lo ridículo hay solo un paso. Introducir racionalidad en este delirio colectivo no es posible. Se ha rebasado la delicada franja de nuestra normalidad neurótica, de nuestras histerias y obsesiones, en dirección extraviada hacia una regresión psicótica. La que padece toda masa enamorada, conducida por un caudillo que solo atiende a su imaginario ferviente”. Y en el ya mencionado artículo de enero de 2013: “Los errores en política siempre se pagan. No es posible darse de cabezadas contra el muro de piedra del freudiano principio de realidad. [...] Mucho peor sería si ese deseo se realizase. [...] El paraíso soñado –Ítaca, Shangri-La o Xanadú– se iría trocando en infierno cotidiano”.
Antes había recomendado, de acuerdo con “una suerte de razón fronteriza que sirviera de mediación”: “Se impone recuperar el centro. Sí, digo el centro, el centro político, ese denostado y ridiculizado centro del que los extremistas no quieren saber nada, o que les provoca aversión e inquina”. Produce estupor que un filósofo de su talla nos hable de hoy, de hoy mismo. Ya desde el otro lado del límite, cinco años después.